Comercios tradicionales que resisten el paso de los años en El Puerto de Santa María

Un paseo por El Puerto de Santa María de siempre: bares, tiendas y lo que no cambia... el paisaje

Prolongar las vacaciones los primeros días de septiembre es un lujo solo al alcance de algunos privilegiados. Hace falta tener una edad en la que los hijos no necesitan que los lleves al colegio, la familia es capaz de prescindir de ti unos días y las obligaciones laborales se articulan con una cierta libertad. Los días empiezan a ser más cortos, la luz se vuelve más anaranjada y hasta el olor del viento presagia el otoño. Es el momento de pasear por el centro de la ciudad, aprovechar para hacer alguna compra y tomar algo tranquila en alguno de los restaurantes que en pleno verano están imposibles.

Como necesito una guía de Suiza para preparar mi próximo viaje, me acerco a la papelería Bollullo, la más antigua de El Puerto de Santa María, después de que la Papelería Portuense, fundada en 1874, cerrara por jubilación de su dueño. Dejo el coche en el inicio de la calle Espíritu Santo, junto a unos pisos modernos de buena construcción, enfrente de una bonita fachada típica de bodega. Las siguientes manzanas ya empiezan a estar ocupadas por las casas antiguas típicas del Puerto, tan decadentes y tan orgullosas. Haciendo esquina con la calle Cielo me fijo en una de ellas, con preciosas galerías de madera y ventanales de cuerpo entero, con unas celosías en la planta baja en forma de rombo, buscando la privacidad de unos inexistentes moradores. Tiene un cartel de Se Vende, con tanta mugre el cartel como la propia casa. El edificio colindante, ya haciendo esquina con la calle Virgen de los Milagros, es otra de esas casa antiguas, esta vez reconvertida en casas de pisos, con una buena rehabilitación que conserva la arquitectura tradicional de ventanas hasta el suelo a modo de balcón, alternando rejas a media altura con otras enterizas.

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Justo enfrente está la papelería Bollullo. Con escaparates grandes haciendo esquina, nos ofrece libros de texto con su descuento (5% infantil y bachillerato) y lo alterna con «cocina sana para disfrutar», que tras los desmanes de las vacaciones hay que volver a cuidarse. En un rincón, tres volúmenes de bolsillo de Alianza Editorial me recuerdan mi viaje de octubre: Enma, Mansfield Park y Persuasión de Jane Austen. ¡Aunque no hubiera ido expresamente, tendría que entrar! El escaparate que da a la calle Virgen de los Milagros, tal vez más para el turista de paso, está lleno de guías de viajes junto con cuadernos con portadas de globos aerostáticos que nos invitan a viajar, porque también el otoño es una época buena para una escapada. Entramos y mientras Paqui nos busca la guía de Zurich, echamos un vistazo por las estanterías repletas de artículos de Bellas Artes: pasteles de mil colores, ceras, lápices, óleos, etc. Hoy me conformo con la guía, Persuasión y unas graciosas postales antiguas que extraigo de una caja del mostrador.

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Dudamos dónde tomar una cerveza (¿La Taberna del Chef del Mar, El Brillante, Toro Tapas?) y nos acabamos decidiendo por otro de los establecimientos con solera de la ciudad: el Real Club Náutico. Porque siempre me quejo de los pocos sitios que hay para tomar algo viendo el mar y porque este verano ha tenido bastante éxito con el cambio de gestión del restaurante (desde junio lo lleva Jose, de La Venencia).

Fundado a principios del siglo XX, las instalaciones están en la margen derecha del río Guadalete, son bonitas y están cuidadas: una zona de barra, de restaurante (interior y exterior), de butacas cómodas para tomar un café o una copa bajo la sombra de una pérgola o de árboles de copa frondosa. Es agradable la vista a los pantalanes donde están atracados los barcos y cada tanto, pasan embarcaciones mayores de pesca o de transporte de pasajeros. Me parecen divertidas unas butacas de plástico blanco (¡qué pena!) pero con diseño de hamaca de madera típica de porche frente al mar en los Hamptons. La idea es buena. Una carpa con un pequeño escenario parece preparada par acoger algún tipo de celebración, tal vez la entrega de premios de un concurso de pesca o una regata.

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Preguntamos al camarero cuál es el plato estrella y nos sorprende su respuesta: los nachos 100% caseros de harina de maíz. Nos conformamos con probar la ensaladilla La Venencia con pulpo y unas croquetas de boletus y oreja de madera (no sé lo que es la oreja de madera, pero están muy buenas, con un toque dulce que las hace diferentes). Nuestros vecinos de mesa –parece que vienen de jugar al padel- están arreglando el lío de Cataluña y de paso, el de la inmigración; cuando intentan hacernos partícipes de tamaña empresa, nos levantamos educadamente, que quien mucho abarca poco aprieta y la emigrante que tengo al lado tiene una tarea ímproba por delante: hacer sus maletas para Zurich.

Volvemos caminando hasta el coche mientras planeamos lo próximo que vamos a hacer para seguir sintiéndonos –solo por unas horas más- unas privilegiadas: un paseo por la playa y un baño en el mar mientras se pone el sol.

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