¿Qué hay que hacer para entender el flamenco?

¿Como imaginan unas clases de nociones elementales de flamenco para extranjeros? Nos colamos en una

¿Qué hay que hacer para entender el flamenco? Esta pregunta me la hice en uno de los primeros post de Cuarto de Maravillas. Desde entonces, y ya han pasado tres años, he asistido con regularidad a clases de bulerías, a recitales, a muchas actuaciones en la bienal de Sevilla, a los jueves flamencos de Cajasol, los miércoles a compás, etc., siempre intentando aprender algo más de esta disciplina tan complicada.

Es verdad que se te educa el oído a base de escuchar, pero cuando una ha pasado ya de una edad, el modo de aprendizaje también cambia respecto de cuando eres un niño. Yo ya no aprendo un idioma escuchando hablarlo, necesito conocer algo de gramática, racionalizar las cosas. No son opciones alternativas, sino simultáneas. Si me han explicado previamente cómo se cuenta una seguiriya, cuando las oiga seré capaz de identificarla. ¿Dónde se aprende eso?

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La bailaora Sara Baras. Foto: EFE

El otro día, charlando con una compañera de clases de bulerías, me contó que se dedica a enseñar nociones elementales de flamenco a los extranjeros que vienen de turismo a Sevilla. Es una chica de Triana, que asiste también a clases de cante, con una carrera universitaria pero que ha hecho de su afición su profesión. ¿Cuál es la lección número uno para iniciarse en el flamenco?- le pregunto en una de nuestras charlas de vestuario. Se ríe.

Por la tarde recibo un WhatsApp proponiéndome asistir a una de las clases que ella imparte a extranjeros. ¿Por qué no? pensé. El sitio -el mercado de Triana- me gusta, y puede ser divertido. La primera sorpresa me la llevo al descubrir el lugar elegido para las clases: frente a Casala Teatro, bajo un letrero de azulejos que reza El Frutero de Nila. En lugar de frutas y verduras, lo que hay dentro es una habitación pequeñita con suelo de tablas y las paredes forradas de espejo. Eva está frente a una pareja de holandeses, sentados en un sofá isabelino tapizado en rosa, que la miran con expectación.

Tras las presentaciones empieza a hablar Eva en un inglés muy fluido: -¿Sabéis cuál es el origen del flamenco?- Y como si de un cuento se tratase, nos traslada al siglo XVI, a una Sevilla que es la capital del mundo conocido, una ciudad a la que acuden gentes de todo tipo para comerciar con el nuevo mundo. Un territorio donde confluyen una diversidad de razas, etnias o culturas: árabes, esclavos africanos, castellanos, centroeuropeos y gitanos. Con cuya mezcla se va forjando un modo de expresar alegrías y penas, diversión y sufrimiento, que en un par de siglos más dará lugar al flamenco.

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El bailaor Farruquito. Foto: Raúl Doblado

Eva nos va señalando matices que son copiados de alguna de estas etnias. Por ejemplo, los bailes africanos se realizan en círculo y una sola persona baila en el centro mientras el resto aplaude o jalea. ¿A qué os suena? O cómo los bailes que vienen del norte, de centro-europa, colocan las manos en alto a la hora de bailar, con una postura de dedos como para hacer picos. Y así, sin darnos cuenta de que ha pasado casi una hora, nos despedimos de los comerciantes de especias, las esclavas africanas con turbantes, los capitanes de barco holandeses, las chicas de burdeles y los aristócratas castellanos… y seguimos paseando de la mano de Eva.

Ha llegado el momento de conocer los distintos ritmos. Identifica tres cajas, cada una con cosas diferentes dentro, y ordenadas a su vez de mayor a menor rapidez. En la primera caja está el compás binario -que se cuenta en cuatro- Y aquí ya empieza a tocar las palmas y, con una voz preciosa, a interpretar pequeñas estrofas de algunos de los más conocidos compases: rumba, tangos, tientos… cada vez más lento a medida que se pasa de la alegría desbordante a la tristeza más desoladora.

La segunda caja encierra el compás terciario: un, dos, tres. Dependiendo de dónde incide la fuerza en la palma así tenemos una sevillana o un fandango. ¿Parece simple, verdad?

La tercera caja encierra el compás más complejo de todos, el de amalgama, mezcla de los otros dos: el que se cuenta en doce. Y ahí encontramos de más lento a más rápido: la soleá -loneliness-, las alegrías –happiness-, y la bulería -ésta no tiene traducción-.

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La bailaora Eva Yerbabuena. Foto: EFE

¡Ay, ay, ay, ay!, escuchamos un cante de la mina y se nos vienen a la cabeza imágenes de esclavos en galeras, herrerías o trabajando bajo tierra, dando martillazos al son de un compás -toc toc toc-.

Una vez que sabemos -básicamente- acompañar a las palmas, ha llegado el momento de aprender unos pasos de baile. Unas breves nociones de las distintas posibilidades de uso de cada parte del cuerpo (brazos, manos, pies) y estamos preparados: cuerpo erguido, brazos a la cadera, ligera flexión de piernas y… ¡snake!… deslizamos los pies arrastrándolos a compás de tango. ¡Mosquito!… y sacudimos la mano sobre la pierna a un lado y otro. ¡Apple!… y cogemos manzanas de un árbol que lanzamos a un cesto sujeto bajo el brazo contrario. Unos pocos pasos más y ¡go! con una palmada y un desplante. Una enorme sonrisa en la cara y las fotos de rigor ponen punto y final a una clase que difícilmente olvidarán la divertida pareja holandesa.

Vuelvo a casa consciente de la gran cantidad de trabajo que hay detrás de lo que acabo de vivir. Porque para contar algo de manera que parezca simple hay que dominarlo bien. Y porque la capacidad de sintetizar las cosas, de identificar la esencia, de elegir los puntos fundamentales a partir de los cuales empezar a trabajar es una cualidad de unos cuantos elegidos. De explicar las cosas como si hubiéramos nacido en Amsterdam y apenas supiéramos de qué iba esto, como si fuéramos niños. Porque ¿qué es el flamenco sino la expresión de sentimientos elementales?

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La bailaora Isabel Bayón. Foto: EFE

Aquí podéis encontrar a Eva

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