Reconciliándome con la pintura costumbrista del siglo XIX

Visita con nuestra blogger el Museo Carmen Thyssen y redescubre la pintura decimonónica desde su punto de vista

La pintura del siglo XIX es la puerta por la que muchos accedimos al disfrute de la pintura. Primero el Romanticismo, con sus paisajes exóticos que nos mostraban lugares lejanos e inaccesibles, nos transportaban a un pasado glorioso o nos hacían vivir aventuras peligrosas y excitantes. Luego el Impresionismo, con juegos de luces en edificios y estanques, escenas de cabaret o paseos por el río con vestidos largos y vaporosos. Pintura agradable, en definitiva, más atractiva para un niño que la lúgubre pintura religiosa o los encorsetados retratos palaciegos. Aunque con los años y los estudios los gustos van cambiando.

El costumbrismo andaluz participa de esas características de pintura amable, de escenas populares en formato pequeño. En ese siglo XIX, España se consolida como destino romántico, con sus edificios árabes, sus bandoleros asaltando a los señoritos , las damas nobles escapándose a bailar con los gitanos, los toreros enamorándose de las artistas y las cigarreras de los soldados extranjeros (al releer lo que he escrito me doy cuenta de que, quitando las cigarreras que es un oficio extinto, también podría describir algo de lo que pasa hoy día, eso sí, añadiendo modelos, presentadoras y futbolistas).

Personalmente, la pintura que se hace en Andalucía en esta época nunca me ha llamado la atención, más bien me produce un poco de hastío, tanta riña de taberna, tanto folclore, tantos tópicos. Tal vez porque las galerías de arte sevillanas de mi niñez y las tiendas de enmarcación (muchas veces idéntica cosa) estaban repletas de óleos primerizos, muchas veces de poca calidad, con los seises bailando, capirotes verdes y morados, gitanas canasteras a lo Romero de Torres y demás imaginario decimonónico, siempre con esos marcos dorados y barrocos, normalmente de pasta en lugar de madera y con oro falso y anaranjado. Pero como uno no puede ser esclavo de sus manías, hoy voy a hacer una visita a un museo cuyo principal interés radica precisamente en este tipo de pintura. Os lo cuento.

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La colección de pintura de Carmen Thyssen-Bornemisza es el reflejo de los gustos de su creadora y muestra una gran coherencia, abarcando los géneros que protagonizaron la pintura española del siglo XIX, especialmente la andaluza. Se expone en un palacete renacentista estructurado en dos plantas en torno a un patio de galerías y arcadas y cubierto por una montera.

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Manuel Barrón y Carrillo, «Vista del Guadalquivir», 1834.

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Rafael Benjumea, «Baile en una Venta», 1850.

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Juan García Ramos, «Un baile para el señor cura», 1890.

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José Jiménez Aranda, «Un lance en la plaza de toros», 1870.

La planta baja está dedicada al paisaje romántico español y al costumbrismo. Andalucía proyecta una imagen estereotipada que atrapa a pintores locales deseosos de reivindicar su identidad y abastecer a una clientela enamorada de esos temas. Encontramos obra de una gran mayoría de sevillanos: José Aranda, José García Ramos, José Rico Cejudo, Manuel Cabral Aguado Bejarano, Francisco Escribano, Manuel García Rodríguez, Ricardo López Cabrera, Joaquín Turina y Areal, Rafael Benjumea, etc.

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José Benlliure Gil, «El Carnaval de Roma», 1881.

La primera planta está dedicada al preciosismo y la pintura naturalista. El primero viene de la mano de Mariano Fortuny, que cultiva con gran éxito entre la cada vez más numerosa burguesía la pintura de pequeño formato, de tema amable y con mucho cuidado por los detalles más ínfimos con gran alarde técnico. En relación al paisaje destaca Carlos de Haes, que hace evolucionar el género frente a la subjetividad romántica, defendiendo la interpretación realista y del natural, e incorporando el mar, con lo que cobran gran importancia las ciudades portuarias.

Serán nombres destacados Ignacio Pinazo Camerlench, Vicente Palmaroli, Raimundo de Madrazo y Garreta, José Benlliure, José Moreno Carbonero, etc.

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Raimundo de Madrazo y Garreta, «Salida del baile de máscaras», 1885.

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José García Ramos: «Salida de un baile de máscaras» 1905.

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Emilio Sánchez-Perrier, «Bosques de Álamos con rebaño en Alcalá de Guadaíra», 1880.

En la tercera planta encontramos obras de fin de siglo, que empiezan a mirar a Europa, con una serie de artistas encabezados por Sorolla, aunque también se continúa con temas andaluces –y castellanos.- en un proceso de construcción de las señas de identidad de España: Celso Lagar, Valentín de Zubiaurre, Ignacio Zuloaga, Gustavo Bacarisas, Gonzalo Bilbao, Ramón Casas, Anglada Camarasa, Aureliano de Beruete y Moret, Darío de Regoyos, Enrique Martínez Cubells, Francisco Pradilla Ortiz, Cecilio Pla, Eliseo Meifren, Enrique Martinez Cubells, Muñoz Degrain.

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Ignacio Zuloaga, «Corrida de toros en Eibar», 1899.

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Sorolla, «Lavanderas de Galicia», 1915.

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Cecilio Pla Gallardo, óleo sobre cartón: «Jugando en la playa»

La verdad, reconozco, es que he pasado un rato agradable recorriendo la colección, es un buen repaso de la pintura española burguesa del siglo XIX. Digo burguesa porque para tener una visión más completa del arte de este siglo en España faltaría la pintura historicista (echo en falta alguna obra de Eduardo Rosales, que también pintó deliciosos interiores orientalizantes), la palaciega (maravillosos retratos de reyes y cortesanos, por ejemplo alguno de Antonio María Esquivel y, por supuesto, Francisco de Goya.

Incluso me he divertido intentando localizar qué cuadros colgaría en mi casa, este último de Cecilio Pla sin dudarlo, tal vez alguna marina y el bosque de Sánchez Perrier… ¡aunque con los marcos haría una pira!

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