Cuarto de Maravillas

«Road trip» de Sevilla a Muxía sin prisas

Nos lanzamos a la carretera cargados con nuestras cámaras de fotos y dispuestos a cruzar Portugal sin prisas, sin pretensión de abarcarlo todo

Con la proliferación de autopistas en nuestro país hemos ganado en rapidez en nuestros viajes por carretera, pero también hemos perdido la posibilidad de conocer poblaciones y paisajes que, de otro modo, nos saldrían al paso. Yo tengo guardado en mi memoria los viajes de mi niñez de Sevilla a Matalascañas, pasando por montones de pueblos (Bollullos de la Mitación, Pilas, Hinojos, etc). Para que no se nos hiciera eterno, mis padre se inventaban retos: «A ver quién cuenta más perros», y los hermanos nos peleábamos por pegar la nariz al cristal del coche para ver mejor esos perros callejeros que deambulaban por las calles principales de los pueblos.

Aprovechando la invitación de unos amigos a pasar unos días en Muxía, hemos decidido olvidarnos de las autopistas y conocer un poco mejor nuestro país vecino. Nos lanzamos a la carretera cargados con nuestras máquinas de fotos y dispuestos a cruzar Portugal sin prisas, sin pretensión de abarcarlo todo, fijando nuestro objetivo solamente en algunos hitos, tres de los cuales señalo a continuación.

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1. Balcones y puertas de Vila Viçosa. Detenemos el tiempo caminando despacio por las calles, empedradas unas, adoquinadas ordenadamente otras, mientras subimos la mirada a las fachadas de las casas para descubrir ventanas y balcones entreabiertos, con visillos movidos ligeramente por el aire, que nos hacen imaginar una niña de largas trenzas que espía detrás, sin dejarse ver, atenta por si una figura de chico dobla la esquina.

Viaje-2 Viaje a Muxia, agosto 2015.

Pero lo que realmente vemos son ancianos sentados en los rellanos de sus casas, paredes descascarilladas, pintadas cien veces: blanco, azul, finalmente albero… sin mucho que hablar porque lo saben casi todo unos de otros. Tal vez alguno te ofrezca con la mirada unos higos recién cogidos…

Viaje- 4 Viaje a Muxia, agosto 2015.

2. El Convento de los Caballeros de Cristo, enclavado en la zona alta de la ciudad de Tomar. Es uno de los monumentos más importantes de la arquitectura portuguesa, compendio de diferentes estilos (románico, gótico, manuelino, renacentista, manierista, barroco) que dejaron su huella con el paso de los años. Tanto es así, que se podría estudiar el arte portugués sin salir de las cinco hectáreas que comprende el Castillo y el Convento.

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Su fundación se debe a Gualdim Pais, maestro de la Orden del Temple, de acuerdo con Alfonso Henriques, primer monarca portugués. Al ser disuelta esta orden por el papa Clemente, el rey Dinis decide crear la Orden de Cristo como heredera de los caballeros-monjes.

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Los puedes imaginar rodeando las murallas a caballo, con sus cotas de malla y sus capas blancas con la cruz roja en el pecho, observados por las figuras de piedras de las cornisas.

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El templo redondo, la Charola, está inspirado en el Templo de La Roca de Jerusalén. Es de traza románica, con añadidos de pinturas murales y decoración escultórica en madera sobredorada del siglo XVI.

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El complejo consta de siete claustros; se necesitan al menos dos horas para visitarlos todos.

3. Oporto es infinito, pero esta vez elegimos pasear por la Cais da Ribeira, el muelle junto al Douro, dominado por el puente metálico Luis I.

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Caminamos entre las gentes que hacen cola para tomar uno de los barcos que pasea por el rio, son muchos, porque hace un día precioso y las aguas están calmadas. Tomamos un café en una de terrazas, abarrotadas, viendo pasar a las familias con niños, parejas de todas las edades, extranjeros como nosotros y lugareños que bajan a disfrutar del sol. Un mimo, unos chicos que cantan con guitarras eléctricas canciones melancólicas portuguesas, con más o menos afinación, un mujer joven que toca un violín…

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En medio de todos ellos, ajenos a tanto movimiento, unos niños toman el sol, después de haberse bañado en el río repetidas veces. Sin rastro de sus padres. Lo han hecho mil veces.

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Casas estrechas y altas, de colores que van del rojizo al amarillo, con ventanas y balcones de cuarterones blancos mirando al río, antenas parabólicas que conviven con ropa tendida.

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Cruzamos el puente hacia la otra orilla, Vila Nova de Gaia, donde están las bodegas que envejecen los vinos de Oporto. Pero nos detenemos nada más cruzar, junto a un grupo grande de curiosos, a observar cómo unos jóvenes trepan por las rocas de la ribera y se lanzan al agua saltando desde gran altura. A los incautos que estamos embobados, viéndolos sumergirse en el agua una y otra vez, nos piden unas monedas. Es festivo, hace calor y hay que aprovechar para ganarse un dinerillo con los turistas. Que pronto llega el invierno y habrá que inventarse algo distinto.

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Y mientras cruzamos la frontera discutimos si a la vuelta veremos Braga desde el Santuario de Bom Jesus do Monte, si recorreremos los jardines de la Quinta das Lagrimas en Coimbra… o tal vez subamos a Las Médulas en el Bierzo. En cualquier caso, por carreteras secundarias.

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