Cuarto de maravillas

Sevilla debajo del puente

Una de las cosas más desagradables que hay es comprobar, cuando va llegando la fecha de tener que embutirse en el traje de flamenca, que nos queda estrecho. Siempre piensas «claro, es que lo guardé recién lavado, tiene que dar de sí». Y te paseas por la casa con el traje puesto, para que se vaya amoldando.

Hacer la cena rodeada de volantes no es tan complicado, a veces se engancha la puntilla en el tirador de los cajones de la cocina, pero si vas con cuidado y la sueltas a tiempo no se descose. Es peor tener que sentarte en el sofá a ver la tele, para levantarte sin que salten las costuras de las caderas tiene que tirar de ti una persona (mejor que no sea el marido, porque ellos no entienden que hagamos esas cosas).

Este año, por lo que pueda pasar, he decidido salir a pasear después de comer. Me planto ropa cómoda, calzado deportivo y me echo a la calle. Bajo al paseo del Marqués de Contadero, la ribera del Guadalquivir para los que no conocéis Sevilla, y camino rápido en dirección al puente del Alamillo. El tramo que va desde el puente de los Remedios hasta el puente de Triana es muy animado.

A los pies de la Torre del Oro se concentran montones de turistas, unos sentados en la escalinata contemplando una guía (y aprovechando para descansar), muchos en fila para  comprar entradas para los barcos que pasean por el río, otros suben o bajan de ellos. Algunos parecen tan cansados que no hablan entre sí, aunque la imagen de la calle Betis desde allí es tan especial, que seguro les compensa.

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Siempre he pensado que esta calle de Sevilla es más bonita para verla desde el otro lado del río que para pasearla. Desde lejos, las fachadas de las casas, cada una de un color, parecen arregladas, los balcones prometen vistas increíbles y las terrazas que se insinúan entre las tejas de las casas colindantes te hablan de atardeceres frescos de primavera.

Pero cuando paseas por ella, notas los estragos que varios años de crisis hacen en las casas y locales cerrados, se hacen incómodas las mesas excesivas, con manteles de plástico con lunares, de los bares que invaden toda la acera; los camareros cruzando la calle con platos de calamares y puntillitas a las siete de la tarde, cuando casi todavía es hora de torrijas; los extranjeros con mochilas deambulando con cara de agotamiento y mirando las cartas a ver si encajan en sus presupuestos, ya un poco esquilmados.

Sevilla debajo del puente

Cuando pasas el puente de Triana empieza un camino más natural, un poco menos domesticado, sin tanto adoquín ni pasarela de tablones de madera que utilizan en exclusiva los ciclistas haciendo un ruido desagradable (cla, cla, cla, cla).

Sevilla debajo del puente

La margen del río no está acerada; hay una pradera de césped que muere en el agua y acoge escenas tan tiernas como esta familia de patitos, la mamá enseñando a los polluelos a comer. Son monísimos, ¿verdad?

Sevilla debajo del puente

También algunas parejas que han bajado al río en bici, buscando un poco de tranquilidad, aunque para hablar por el móvil mientras tu novio se duerme una siesta ya se puede una quedar en casa.

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Otros grupos curiosos son los inmigrantes con pinta de trabajar en la construcción en alguna obra cercana, con sus bolsas de plástico verde con el bocadillo, las patatas fritas y la litrona de cerveza. Los más avispados se sientan cerca de las niñas Erasmus, rubias y de piel blanca, que aprovechan cualquier rayo de sol (el día que hice la foto más bien escaso) entre clases.

Sevilla debajo del puente

Un poco más adelante, ya entrados en el paseo de Juan Carlos I, vuelve a cambiar el público. Los turistas son escasos, ya no hay estudiantes extranjeros disfrutando del buen tiempo, ahora somos gente vestida con ropa de deporte, casi todos corriendo (¡ay, yo lo intento!) o en bicicleta. Hay una biblioteca preciosa con el nombre de Felipe González que nunca sé si está abierta, y un parque infantil (¿o de gimnasia para mayores? ¿o ambos? los extremos se tocan) con una fuente donde aprovechamos algunos para llenar de agua nuestras botellitas de plástico. Un hombre de piel oscurísima me cede el turno, mientras busco de reojo algún niño o algún abuelo, infructuosamente.

También ha cambiado el paisaje de la otra orilla: las viviendas dan paso a edificios aislados, levantados para la exposición del 92, que reflejan sus formas en el río dando movimiento a las aguas.

Sevilla debajo del puente

Ya de vuelta me fijo en la cubierta de las instalaciones de Lipasam, empresa pública de limpieza de Sevilla, con un jardín que en pocos días ha pasado de los verdes a los rosas formando una especie de cuadro de Klee.

Sevilla debajo del puente

¡Y otra vez vuelta a los bocadillos!  ¡Y yo sin saber si entro en el traje de gitana! En cuanto llegue a casa me lo pongo, que esta tarde sólo tengo que bajar la ropa de verano de los altillos y seguro que soy capaz de subirme a la escalera con él. Y le voy dando de sí.Sevilla debajo del puente

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