Hasta 1780, el Corpus incorporaba en su cortejo figurantes como gigantes y cabezudos o la tarasca, un monstruo de siete cabezas
que representaba la huída del demonio
Hasta 1780, el Corpus incorporaba en su cortejo figurantes como gigantes y cabezudos o la tarasca, un monstruo de siete cabezas
que representaba la huída del demonio