Marmitia Parador de la ArruzafaRestaurante Marmitia Parador de la Arruzafa: La mirada del califa

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Desde la época romana la falda de la sierra cordobesa ha sido un lugar elegido por las clases altas de la sociedad como lugar de recreo y esparcimiento. Durante siglos se usó como segunda vivienda y a partir de los años 50, poco a poco, se fue convirtiendo en residencia habitual de un creciente sector de empresarios y profesionales liberales.

En años sucesivos, al amparo de un movimiento moderno en arquitectura, se van construyendo chalets familiares, que algunos aún perduran, por importantes arquitectos como Rafael de la Hoz, José Rebollo o Juan Cuenca. En 1958, en una finca, donde parece que se ubicó el palacete de verano de Abderraman I y de seguro el convento de San Francisco, se construyó, asomado a la ciudad, el Parador de Turismo actual.

El restaurante ocupa la parte más luminosa de la zona delantera del edificio. Enormes ventanales permiten disfrutar, mientras se come, de magníficas vistas de la ciudad, que se divisa sobre las copas de las palmeras y los pinos centenarios de su hendido jardín. Entre semana el comedor resulta muy tranquilo y sosegado muy recomendable para comidas íntimas, sobre todo si se elige una de las mesas que pegan a la cristalera exterior. Lástima que la crisis no haya permito arreglar un techo ajado y permanezcan en la decoración lámparas, apliques y cuadros demasiados añejos para la vitalidad estructural del salón.

La carta está pensada para los visitantes que se hospedan en el Parador con una parte muy importante reservada para las especialidades clásicas de esta ciudad. Se ofrece de entrada varios tipos de pan para elegir: el integral no seduce  pero es muy apetecible el de cebolla. Estos se acompañan, como aperitivo, de dos aceites de oliva: el primero de la cooperativa Nuestra Señora de Guadalupe de Baena, magnífico en textura y sabor. El segundo un hojiblanca de Granada incapaz de competir con el anterior. Se puede probar un flamequín, correctamente frito, pero cuya carne acusa el paso del tiempo, pero que se acompaña de un pisto jugoso, con el aceite justo y las verduras, en un punto perfecto. El rabo de toro cordobés estofado con patatas de dado que se ofrece no se puede decir que sea de los mejores de la ciudad. El servicio muy disponible y grato, siempre dispuesto a dar cuantas aclaraciones sean necesarias sobre la composición de la carta o la historia del lugar.

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