CaravelleCaravelle: Fabes y mar en fritura

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El Zoco, como casi su nominación árabe indica, se ha convertido con el tiempo en un vivero de hostelería y gastronomía. En su amalgama —no tan saturada como otros puntos — hay una variedad limitada. Más bien enfocado a la cocina tradicional, sí encierra buenos lugares para compartir mesa y mantel. Y eso se aprecia en ciertos días de la semana en los que  hacerse con mesa es proeza.

Nuestra cita está en la Isla Martinica. Bueno, en una pequeña península situada en la parte oriental de esta ínsula caribeña bajo sello galo de ultramar. Se llama «Caravelle», y de ahí entendemos que proviene el nombre del restaurante que abordamos esta semana. Tranquilidad entre semana, ajetreo en el pico de los días por José María Martorell.

Caravelle nació hace dieciocho años en el Zoco, casi con la llegada de esta prolongación residencial del Poniente cordobés y las primeras y necesarias aperturas para la joven clientela afincada allí. Su corte era otro, y hace tres años, su propietario decidió darle un giro. Ha salido ganando. Se presenta con la doble etiqueta de cocina tradicional y ambiente familiar, si bien la estancia invita a pensar en un tono más cómodo.

Entramos en materia, y de buenas a primeras, acudimos a unas fabes con oreja (marca de la casa) que es ofrecida en la mesa casi como aperitivo a compartir. Desliz del servicio. Primero se pregunta; luego se aconseja el gusto generalizado de la clientela. Aún así, el guiso responde a las expectativas con algunos matices mejorables, pero colma.

La comanda deriva así en una comunión seguida de platos, por lo que entramos en unas gambas (gambones, más bien) fritas muy aceptables, con unos calamaritos que completan una buena tarjeta de «pescaíto», agradecido siempre que se sepa freír de modo adecuado. A continuación degustamos unas croquetas de boletus con la consistencia interior debida y en equilibrio de masa. Como resta apetito y se trata de calibrar la oferta de Caravelle, culminamos con un codillo en salsa que nos resulta lo mejor de la mesa junto a las fabes. Bien es cierto, también, que la carta destila una hilera de revueltos atractivos que nos puede emplazar para bien entrado el otoño, cuando lleguen las alcachofas en su apogeo (a poco de ello estamos).

El servicio, discreto y presto, pero mejorable. La atención precisa más detenimiento. Bodega justa. El Ribera «Portia» saca nota. En los postres hay que hacer un esfuerzo, siempre resulta satisfactorio para el comensal.

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