Tendido 11Bodega Tendido 11: «Veterano en esta plaza»

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«Si en una de sus tapas hay que desmonterarse, quizás sea en la carrillá al estilo de pueblo»

La convidá a Madrugada le ha tocado pagarla al que menos culpa tiene, al tabernero. La prohibición de abrir durante la noche más oscura ha traído pérdidas a quienes, además de tener que bregar con el personal a deshoras, les tocaba poner de válvula el grifo y el aseo para alivio de las vejigas y lo que no son vejigas de los sevillanos. Así se lo agradecemos, como si los dueños de los bares tuvieran culpa de que los cafres no hayan sido educados en las casas de quienes los han traído a este mundo.

Y ha sido callarse la última corneta cofradiera y empezar a sonar agudo el primer clarín taurino. Apagarse el último reflejo de la candelería sobre el oro bordado de un manto y rebrillar el sol de la tarde sobre las lentejuelas de un traje de luces.

Esfumarse las última voluta de incienso y volar las primeras vaharadas de humo de los habanos en los tendidos de la plaza de toros. Así son las cosas en esta primavera sevillana y ‘ajolá’ que no cambien nunca. Como no cambian a pesar de los años y los tiempos las cosas en la taberna del Tendido 11 de la macarenísima calle don Fadrique.

Fue fundada en el año 36 como bodega y despacho de vino, en lo que se conocía por aquellos desventurados tiempos como el Moscú sevillano. Luego pasó por varias manos hasta que D. Manuel Vázquez García, que no podía tener un nombre más torero, cogió su traspaso en 1996 para cederle después los trastos a su sobrino, Miguel Vázquez Palomo, otro que tampoco se queda corto en apellidos taurinos.

La taberna está hasta las mismas trancas de motivos toreros, con fotos por doquier de matadores, capotes y alguna que otra cabeza de toro en sus paredes. La afición acude temprano, primero a las tostás y después al primer trago con tapa. Chacina de Almadén, buena mojama y un surtido de montaditos donde despunta sobre todos el de pringá. Pero si en una de sus tapas hay que desmonterarse, quizás sea en la carrillá al estilo de pueblo, como la llama Miguel, servida con abundante salsa y una ramita de perejil.

Para regar la plaza tienen un buen mollate de Umbrete o el vermú con sifón o sin él, pero sobre todo en esta casa derraman una Cruzcampo, muñequeada así, con la mano baja, que hace las delicias del buen aficionado a la cerveza sevillana por excelencia.

La parroquia es variopinta, como en el coso del Baratillo, que diría algún cronista relamido: desde el vecindario más local hasta políticos del vecino parlamento. Todos en perfecta comunión tabernaria como mandan los cánones. Porque, como dijo el Perejil, para saber convivir, primero hay que saber ‘combeber’.

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