Casa GálvezHay caracoles

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Sosteniendo un esqueleto de caracol en una mano y una caña de cerveza en la otra, le venía al pensamiento a este cronista, cual Hamlet de Chespir, la crueldad añadida que gastaba esta ciudad con los chapados en Ranilla. Cuando en Sevilla había olores, llegaba hasta la chirona del Tamarguillo el aroma torrefacto del tostadero de Catunambú y lo que es aún peor, la marea fragante de cebada tostada y lúpulo fermentado de la fábrica de la Cruzcampo. Uno piensa que lo primero que querrían aquellas criaturas al salir de prisión era saborear una cerveza helada y que aquel primer trago largo intenso tendría el verdadero sabor a libertad.

Muy cerca de la antigua prisión provincial existe desde hace más de 40 años un clásico del tapeo sevillano.

Casa Gálvez, actualmente regentada por Paco Gálvez -sevillista y tabernero- que tiene muy claro que estará tras la barra mientras pueda. En esta casa no busquen más lujos que una de las cruzcampos mejor tiradas de la ciudad y una carta de tapas tradicional a más no poder basada en plancha y fritura. De la plancha me quedo con los chipirones, las sabrosas costillas o el filetito de hígado. En lo frito, barbo en adobo, un clásico sevillano que cada día es más raro encontrar, como las mollejas fritas. No se pierdan tampoco el pollo frito, las huevas, el mero empanado o su bacalao. Todo lo anterior idóneo para acompañar con la caña en vaso fino y mojado de sus barriles guardados en cámara. O con un sevillano: maceta de tinto del Ariscal con gaseosa que, en estos días que parece que llueven papas con chocos en la calle de calor que hace, refresca lo más grande.

Decía antes que no busquen lujo en Gálvez. Una barra en esquina de madera, un busto de escayola coloreada de Curro presidiendo el local o un poster de Los Romeros de la Puebla son toda la decoración del bar. Sin embargo, para los amantes de los detalles de buena tasca, las cuentas con tiza en la barra y el nombre del cliente en el canto interior del mostrador. Otro detalle para la legión de taberneros aficionados que está surgiendo de la crisis: se pide permiso a la clientela antes de cerrar la cocina. Ole y ole.

Las tapas son la mayoría a 1 euro, como su caña, por eso un ágape en la barra o en el saloncito de al lado o en los veladores de noche lo aguanta hasta el bolsillo de un griego rescatado.

Y por supuesto, en temporada caracoles. La cabaña gasterópoda del Gálvez son de buen trapío y sacan pecho facilitando el chupeteo, que los palillos son para los chinos. Hay que tener suerte porque hacen una olla al día y cuando se acaba, se acabó. Que ustedes lo chupen bien.

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