El BosqueCuidar las formas, mimando el fondo

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El bar que hoy les traigo lleva veinte años en el mismo sitio y en las mismas manos, ¿hay mejor referencia que esa? Recién reformadito, los cuatro hermanos Aguilar se desdoblan entre este local y la cafetería de la vecina clínica Santa Isabel, con una más que interesante carta de tapas parida, al igual que a ellos, por Mari Ridao «alma mater» del negocio… nunca mejor dicho.

El Bosque es pequeño y estrechito, típico bar en «tubo» con cuatro mesitas, la barra al fondo y dos veladores en la calle donde al mediodía el «lorenzo» viene gratis con la consumición. Decorado en cálidos tonos pastel con suelo de loseta hidráulica y motivos de bambú, es curioso por lo inusual de su decoración moderna y casi minimalista más propia de un local de copas que de un sitio de tapas.

Se nota que cuidan las formas desde la vestimenta de sus camareros hasta la vajilla donde sirven sus tapas pero sin olvidar el fondo del asunto: buen beber, buen comer y excelente servicio.

La cerveza -la de siempre- la que fabricaban al final de esa avenida, la tiran bien, muy fría, en el cristal adecuado y los vinos, con pocas marcas pero correctas, los mantienen en armario botellero a la temperatura idónea.

Su lista de tapas es amplia, apoyada fundamentalmente en los montaditos -nunca pepitos por favor- pero con cosas de la cocina, guisos del día y buena chacina. La insignia de su comanda es la carne mechada, realmente especial, tanto en plato como en montadito caliente, pero tienen otras «perlas» como el montadito de chistorra -más bien butifarra- con cebollita caramelizada, o unos hermosos mejillones gigantes en escabeche ideales para meterse en faena con una copita de Alcorta o del omnipresente Hizan (prodigiosa su distribución), que sirven por copas. El de sobrasada y queso de Mahón está muy logrado, pero les propongo especialmente dos: el de Mousse de pato con naranja que es un foie sobre rodaja de naranja natural que funde su zumo en la boca produciendo un delicioso contraste y la «Pringá» ante la que hay que «desmonterarse», es de cocido de verdad… El resto, solomillo al oloroso, piquillo relleno de bacalao, salmorejo, todo notable…

La clientela es variopinta, desde el jubilado «contemplativo» con su copita de oloroso cosida a la mano o el funcionario cervecero, hasta la señora cargada de bolsas que entona la mañana con un toquecito de Canasta y su poquito de ensaladilla… A todos ellos los hermanos Aguilar saben seguirles la conversación, incansables en su trajín de platos y copas, salvo los sábados que cierran merecidamente. Suelen ser clientes de siempre -alguna asidua reclama el tiempo que hace que la señora Mari no prepara huevos rellenos- pero el trato es como si estuvieran empezando. Es aquello del ojo del amo y el caballo… ¿se acuerdan?

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