poster Vídeo

En la espero te esquinaJóvenes cincuentones

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Que hay veces en que las erratas son mejores que los aciertos es más verdad que todas las cosas. ¿Quién no ha escuchado alguna vez lapsus linguales que tienen más gracia que lo correcto? Al cronista le agrada oír por esas barras a quien pide un ron “Legionario” con Pepsi, un whisky “Blackandeker” o el “pataki” de atún. O de alguien que dice que Fulano estaba casado en segundas náuseas. No digamos ya de un gran abogado lebrijano que me dijo un día que era amigo del príncipe “Kinder” de Bulgaria…

Hay un bar en el barrio de La Alfalfa cuyo nombre padece una suerte de dislexia errónea cuando en realidad lo que falla es su espantosa fachada de ladrillo visto.

El Espero es de los sitios que pertenecen a la inmensa adolescencia de una generación que se acerca peligrosamente al medio siglo, de esos bares donde hemos pagado con nuestras primeras pesetas.

El Espero es un bar cofrade o “sacri-taberna” al uso y como tal viene equipado de serie con toda la parafernalia capillil: abundante imaginería en sus paredes, miniaturas de pasos, incienso y kirikikí de cornetas de fondo musical. En los días cereros es punto de reunión de esa juventud que se echa a las calles el Domingo de Ramos -de (Sergio) Ramos a juzgar cómo van vestidos algunos- y de refugio si la lluvia pone pingueando al personal como viene pasando últimamente con este cambio climático que hace marcar con una x en la casilla de la iglesia a tantas cofradías.

Su oferta de tapas tiene un peluseo: croquetas, papas bravas, tortilla al whisky, cazoletas de salmorejo, las sugerentes aceitunas violadas… También tienen, en equívoco nomenclator, algo tan sevillano como los emparedados: naquies, basgam, llacimor, zoricho, fortquero, nocito o soque. Si se leen del revés, o se desleen, sabremos de qué van.

Metidos en el costal de cosas más contundentes encontramos chipi plancha, los churrascos, pinchitos y hamburguesas o al empapador y nunca bien ponderado serranito, por no olvidar al patrón del mostrador: el San Jacobo. Sin embargo, si hay una estrella en esta lista de tapas más larga que un tramo de cofradía de barrio, ésa es el mantecao al whisky. Un generoso mollete relleno de solomillo en una salsa peculiar con mogollón de papas fritas dentro y fuera del pan. Platos para aguantar 10 o 12 chicotás de cubatas o un apretado cangrejeo de bulla discotequera.

Todo lo descrito anteriormente se puede bajar con una buena caña de Cruzcampo o un tintito como el Alcorta en su amplia barra, en sus mesas de fuera o, dentro, en un acogedor patinillo estilo loperiano. Buen servicio, precios económicos y ambiente de juventud sana que prepara el estómago para las largas noches de copeo céntrico, son la base del éxito de un bar que lleva más de 50 años renovándose.

Ver los comentarios