Doña ClaraEn su punto justo

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Es complicado escribir sobra Doña Clara. Fue una época en la ciudad en la que, junto a Sabina, La Parra, incluso el Viejo Tito, rompieron con lo que hasta entonces se entendía por “un restaurante” en Sevilla. Con ellos se introdujeron nuevos platos y se relajó la etiqueta. Ya no había un salto tan grande entre ir de tapas e ir a un restaurante. Representaron, en cierta forma, el rejuvenecimiento de la clientela de la restauración. Y después de ellos ya llegaron los alumnos de las Escuelas de Gastronomía.

En el caso concreto de Doña Clara luego vinieron los cambios de dueños y no sabemos si antes o después, el cambio de ubicación.

Las cosas que permanecen son el espíritu de una cocina seria pero informal y, también, muchos de los platos de la carta.

Lo primero está muy bien y lo segundo, no necesariamente. Pero luego entramos en ello.

Situado en el corazón del maltratado barrio de Heliópolis y compartiendo pared con el histórico Abelino (donde se prolongan muchos de sus almuerzos y cenas) lo primero que sorprende en Doña Clara es su luminosidad. Pese a visitarlo en mitad de una de las penúltimas tormentas, la luz, la altura de sus techos, las plantas y las dos palmeras que lo atraviesan te acogen cálidamente.

Nos sorprende que el restaurante esté casi lleno. Buena señal hoy en día. Antes de comer, más luces que sombras: la mesa acogedora con salvamanteles sobre cristal, un centro de flores y una buena cristalería. Y las aceitunas manzanilla y el paté de queso azul que siempre dan aquí la bienvenida. Cuidan el detalle pero sin lujos. Las sillas, incómodas y el pan, como ya en tantos otros sitios, del congelado y horneado demasiado rápido.

Entre los entrantes empezamos por uno de los de siempre, camembert frito y seguimos con unos buenos espárragos verdes a la plancha de buen tamaño Rematamos con huevos rotos con chistorra.

De segundo no podíamos de dejar de pedir bacalao dorado, que aprendimos a comer aquí antes que en Portugal y que sigue estando tan jugoso y bien resuelto como siempre. Y rematamos con otro clásico el cordon bleu a la mantequilla de perejil que, cosas de la memoria, aunque estuviera bueno, lo recordábamos mejor.

Un apunte sobre el servicio. No les falta ganas, es un gusto ver a estos jóvenes corriendo entre las mesas y con tan buena disposición….si es que te ven con tanta carrera. Sólo ese punto de mejora: que por favor miren a las mesas, que no dejen de mirar mientras corren.

Terminamos. Doña Clara tiene una cocina muy buena, basada en productos de mercado. Esa es la clave. No va a revolucionar gastronómicamente la cocina de la ciudad, pero tampoco lo pretende. Aquí, por ejemplo, hemos tomado una de las mejores merluzas de nuestra vida. Y no hace mucho un steak tartare que ríete del mítico de La Isla. Así que por nosotros mientras sigan respetando esa clave, el producto, pueden seguir años y años con la misma carta, aunque a veces aburra.

Ver los comentarios