Bar OlivaCafé-Bar Oliva: «No todo vale»

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Ayyy Triana, Triana. Triana conformista como la región que la ve crecer. El Café-Bar Oliva como reza en sus servilletas, o el Casa Oliva como pregona el azulejo de Cognac Terry Centenario en su puerta, es conocido en todo el barrio por su antigüedad y no será olvidado por nosotros por su mediocridad

El que me conoce sabe que no soy de plato de pizarra ni de camarero de camisa negra, soy de tapas hechas «de verdad», me la pongan dónde me la pongan, pero la premisa principal es que tenemos que partir de productos de primera, de productos de «verdad» para triunfar, y a partir de ahí sólo hay que echarle un poquito de imaginación.

Café-Bar Oliva: así es su cocina

Desde que entramos por la puerta del Bar Oliva de la calle San Jacinto, la cara del camarero nos echaba para atrás.

Ya no es la gracia o la «no gracia», o el malaje del camarero: es la educación. No se puede pretender que el que no sea simpático lo sea; mejor como dice el maestro León, que sea malaje a que se haga el simpático sin serlo, pero se puede ser malaje y educado. En el Bar Oliva son malajes y no son educados. Cuando se le pide a un camarero, el camarero tiene que responder que te ha entendido, no vale eso de irse sin contestar (una y otra vez, no era un despiste) y traer al rato lo que se le ha pedido con carita de asco.

En el Bar Oliva los refrescos son de la segunda marca, ya dice mucho de un bar en Sevilla, porque dice que vas buscando ahorrar donde no hay que ahorrar. Igual que en el aceite de las gambas al ajillo, por llamarlo de alguna manera. ¿Conocen a alguien que haya dejado de hacer barquitos en unas gambas al ajillo? Pues aquí no hay quien los haga porque más bien parece que estás echando el pan en agua que en aceite.

El salmorejo del Bar Oliva fue lo que más nos gustó porque estaba fresquito, estaba hecho con buen tomate y tenía jamoncito y huevo duro.

¿Y sus famosas pavías?

No quisimos probar sus archifamosas pavías de bacalao, porque es una tapa fácil que nos dice poco, por lo que pedimos ensaladilla, que siempre hay que pedir y de la que no nos gustó nada, ni la patata, ni la zanahoria, ni la mayonesa que ya es complicado, y por seguir el test básico, también probamos sus croquetas de jamón, nada ricas y acompañadas de unas patatas fritas para olvidar.

Mientras esperábamos largo rato el chipirón plancha, mirábamos a nuestro alrededor y nada más que veíamos cosas prescindibles, la mayoría de lo que hay en las estanterías o colgado de las paredes del interior de la barra se podía tirar y nadie lo echaría de menos. ¿Cuánto tiempo hace que nadie se para a tirar cosas? ¿Cómo no se les ocurre aparte de limpiar, tirar? Me da la sensación de que el día a día hace que los negocios como este, que dan bien de comer a una gran familia, trabajadora, hace que no vean más allá.

Las nuevas generaciones tienen que empujar, no hace falta echar las paredes abajo, pero sí que hay que intentar dar nuevos enfoques. Tienen un gran sitio, un gran local, una marca, un gran equipo en su mayor parte, y les falla el orden, la materia prima y la innovación. Espero volver pronto y encontrarme algún cambio que vislumbre un futuro que no se bases en un pasado más o menos cómodo.

El chipirón, no hace falta decirlo, fue devuelto a los corrales. Muy mosqueado me tengo que ir yo de un sitio para no dejar los 30 céntimos que sobraban de los 20 euros que nos dejamos allí pa ná.

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