Emilio Vara, de Casa Moreno: «El camarero es la única persona con la que se puede pensar en voz alta»

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Sabe cómo enderezarle a cualquiera una mala mañana y alterna confidencias y comentarios triviales con la misma facilidad con que sirve vinos y montaditos de chorizo picante. En los 27 años que lleva trabajando en Casa Moreno se ha convertido en un as de las relaciones públicas. Éstas son sus armas.

“La alegría nos hace invulnerables” y “Las prisas destruyen toda la ternura” son solo dos de las frases de autoayuda que cuelgan de la pared de Casa Moreno. Muchas de ellas han sido escritas por Emilio Vara, píldoras de felicidad que quiere compartir con su consolidada clientela. A todos pinta un puente de Triana en la nota y, si la ocasión lo merece, les escribe una de sus frases para que la lleven de recuerdo.

¿Cómo no le dio por estudiar periodismo como hizo su padre?

Siempre me ha gustado, lo llevo en la sangre. Cuando era niño mi padre traía todos los periódicos a casa al salir de la redacción y yo los leía con ganas aunque no los entendiera, pero empecé a trabajar pronto y como ganaba dinero desde joven no quise seguir estudiando.

¿Qué ha cambiado en los 27 años que lleva en Casa Moreno?

Físicamente nada, solo hemos cambiado nosotros. Ocurre como con la Catedral, que lleva años siendo igual y solo cambian las personas.

¿Sigue habiendo en Sevilla público que acude solo al bar a tomar una copita de aguardiente?

Sí que quedan. Generalmente son personas mayores o trabajadores de la zona que hacen una parada en el camino, aunque lo cierto es que cada vez son menos porque el aguardiente es muy delator y no se puede disimular luego el olor. Viene mucha gente desde primera hora de la mañana, sobre todo jubilados.

Foto: Juan José Úbeda

En este momento de la entrevista llega un cliente y mientras saborea su café le comenta “lo bonito” que es el cartel de las Fiestas de Primavera de este año. “Toca la fibra de la sociedad, Nuria ha apostado por lo que le gusta al pueblo. Yo conozco a la autora porque suele venir por aquí, la llaman la diosa del azul y es de Carmona”, señala. Así pasa la mañana, recibiendo clientes como el que recibe invitados en su casa. Departiendo, saludando, escuchando. Después de continuar leyendo otras frases suyas que cuelgan de la pared es inevitable hacerle la pregunta:

¿Usted es un optimista nato?

Lo soy, no lo puedo evitar. Soy feliz porque lo llevo dentro y me siento un afortunado. Vivo en Triana, paseo por el centro de Sevilla a diario y trabajo en El Arenal. Me gusta mi trabajo y al que no le guste mal asunto, porque es difícil ser feliz si echas tantas horas en algo que no te gusta. Yo quiero que la gente tenga la autoestima alta, porque hay quien se complica mucho la vida. Detrás de la barra lo ves todo y sobre todo veo mucha soledad, hasta en la gente que viene acompañada.

¿Qué le ha dado la clientela en todos estos años?

Cariño. Me han hecho sentirme importante.

¿Y qué ha aprendido de ellos?

Mucho. Para empezar que la gente importante también es sencilla. Aquí vienen muchos clientes famosos, como Soraya Sáenz de Santamaría o Mario Vargas Llosa, y han pasado muy buen rato. Eso sí, tengo claro que para mí el más importante es el que tengo delante en cada momento.

¿Qué más personalidades han pasado por aquí?

Hace décadas, cuando el negocio lo llevaba Francisco Moreno (padre del actual propietario) solían venir muchos toreros, porque aquí arriba había una pensión a la que venían los toreros jóvenes y solían comer aquí. Francisco les servía el almuerzo y les decía que ya le pagarían cuando fueran famosos. Creó entonces un libro de firmas que aún conservamos y aunque las primeras páginas están dedicadas solo por toreros, después he continuado la tradición y la he extendido a personajes célebres del arte y la cultura, como Fernando Arrabal, Joan Manuel Serrat o los miembros de Tricicle, por ejemplo. Ahora bien, la mayoría de nuestros clientes son parroquianos a los que conocemos desde hace años.

¿La gente que viene a Casa Moreno suele buscar conversación con usted?

A veces me buscan a mí antes que la tapa porque saben que les voy a preguntar qué tal están, por su familia o simplemente para charlar de la actualidad. Aquí se habla de todos los temas y es el mejor sitio para estar informado de lo que pasa.

Foto: Juan José Úbeda

¿Y es frecuente que ejerza de psicólogo de barra?

Cuando veo a alguien serio o decaído le pregunto qué le pasa o le hago algún comentario para animarle. Siempre busco la luz, lo positivo y me preocupo con sinceridad por nuestros clientes. Cuando echo en falta a alguno me temo que está enfermo y luego reaparece al cabo del tiempo y me cuenta que ha estado en el hospital o con algún tratamiento. Entonces les doy mucha fuerza y ánimo. También cuando han perdido a un ser querido noto que les cuesta volver aquí porque les trae recuerdos y cuando se atreven a hacerlo siempre trato de animarles.

¿Qué armas emplea para atender a su clientela?

La paciencia, la serenidad, la educación y sobre todo, buscarles el corazón. A veces hay quien se resiste pero yo igualmente le atiendo con una sonrisa. Siempre digo que la sonrisa es más barata que la electricidad y da más luz.

¿Y qué hace si alguien habla más de la cuenta o se pone pesado?

A veces ocurre y hay que saber manejar la situación. El camarero es la única persona con la que se puede pensar en voz alta.

¿Ha hecho amigos de verdad detrás de la barra?

Muchos, y quizás yo no les he correspondido como merezcan, porque hay veces que me invitan a sus casas, a sus fincas o a sus tentaderos y siempre me escabullo, porque cuando salgo de aquí me voy para Triana y allí hago mi vida.

¿Quién es?

Foto: Juan José Úbeda

De su padre heredó no solo el nombre y el apellido, también el amor por las letras, aunque él prefirió la poesía que destilan las barras de los bares en las que desde temprana edad se apostó para atender a todo tipo de públicos. Allí encontró la universidad que no pisó porque la hostelería le brindó una cómoda manera de ganarse no solo el dinero, también el respeto e incluso la admiración. Ha convertido su trabajo en Casa Moreno en una oda al buen trato, a la sonrisa permanente, a la palabra precisa. En sus paredes cuelga las frases con las que concibe el mundo, un torrente de optimismo capaz de sanar al más derrotista, una consulta de psicología a la que muchos acuden buscando esa palabra amable con la que acompañar el café o el vino de la mañana.

Cada vez que termina la jornada, Emilio encamina sus pasos a su Triana natal, de la que nunca se ha movido y de la que no quiere moverse. Su hijo es otro apasionado de las letras pero a sus 16 años aún no sabe qué derroteros tomará su vida. Maestros tiene para decantarla hacia el periodismo, la poesía o, tal vez, la psicología.

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