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Entrevistas
Guía de la Feria: |
EL TRÁNSITO CONSUMADOMANUEL CONTRERASES el camino que separa la muerte de la vida. El dolor de la alegría. La introspección de la extroversión. El silencio del bullicio. La meditación de la carcajada. El negro del color. La penitencia del baile. El hoyo, en definitiva, del bollo. No es sólo el camino que separa la Semana Santa de la Feria. Es el camino interior de los sevillanos, la senda íntima de una ciudad dual acostumbrada a compaginar luces y sombras. El nazareno que hace dos semanas cogía el cirio y transitaba descalzo por el asfalto agarra ahora la guitarra y que no pare la fiesta. Tan auténtico un sentimiento como otro, la devoción como el fervor. Así, los mismos turistas que se emocionaron con las cofradías se divertirán a partir de mañana en las casetas. Porque hay una diferencia notable: la Semana Santa es una manifestación íntima, por lo que se escenifica en nuestra casa, en nuestras calles. La Feria, muy por el contrario, es una celebración externa, por lo que se construye en unos días una ciudad artificial que acoge la diversión. Una urbe de tubos y lonas en la que cada cual reconstruye su propia casa y actúa como anfitrión, pero como en un teatro: al final del día se vuelve al verdadero hogar. Porque la Feria tiene mucho de escenario, de actuación dramática.
La Semana Santa se ve, pero en la Feria te ven, lo cual es radicalmente diferente.
Por ello, sus claves sociológicas son abiertamente opuestas: mientras que
en la Semana Santa la austeridad de la túnica iguala, como la muerte, a
todos, la Feria es la exaltación de la diferencia y la estratificación
social, la oportunidad de definirse y posicionarse respecto a los demás
en un escaparate único. Las cofradías acogen a todos los hermanos
sin mirar su procedencia; las casetas son, por el contrario, selectos clubes privados
donde hay que acreditar un nivel social. |
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