Se apagó el puro

Cuando saltó la noticia hasta las fotos taurinas del Che y Picasso, de los Beatles y Hemingway se conmovieron y, cuentan, sin dudas guiados por la emotiva exageración del momento, que las cabezas de los toros disecadas para darle triunfo a las chimeneas de los cortijos, resoplaron por la bronca que había liado el torero. Un torero que había decidido apartarse indefinidamente. Al verano solo le falta un misil de Corea del Norte llevándose por delante un McDonald en las Marianas para que pase a los anales como el más movidito de los últimos años. El torero decidió apagar el puro y colgar la montera en el perchero de su casa. Hasta aquí llegó la ría. Las manoletinas para las niñas guapas del Puerto que torean por la noche a los ojos verdes de los luceros. Para muchos taurinos, la decisión, se ha tomado y comunicado fuera de tiempo y tras una faena para recogerla el Cossío de un directo competidor, El Juli, que se llevó para su casa cinco orejas y un rabo. Morbo para las tertulias, las barras y los veladores que aún queden por ahí. Ya hay ilusos e indocumentados que sostienen que Morante apagó el puro por una rabieta por el desenlace de su mano a mano con El Juli. No se equivoquen. Los mundillos del arte viven y se alimentan de estos debates. Sea verdad o mentira la base de su dialéctica. Lo que nunca tuvo que hacer el torero es irse con El Juli cortando más orejas que un legionario en Munda.

Morante se ha ido mal y fuera de compás. Como el soldado que desfila con el paso cambiado. O como el palmero que redobla como un belga y no como un caló de las Tres Mil. Se ha ido incumpliendo una cantidad de compromisos serios que le van a poner la retirada tan fea como la del gran Usain Bolt. Al final, la gente se acuerda más de las espantás que de los desplantes. Y no asomar la jeró por las plazas de Bilbao, Valladolid, Salamanca y algunas más que se me quedan, no va a servir para darle neón a las luminarias de su nombre. ¿Por qué se ha metido hasta la cintura en el charco? ¿A qué viene irse a la sueca cuando él de sueco no tiene ni idea ni Ikea? ¿Qué lo ha empujado a pisar la catalina tan grande que acaba de pisar y, probablemente, descalzo? Créanme, estas cosas, si no media un siroco emocional, tienen explicaciones razonables. Y ningún siroco ha apagado esta vez el puro de Morante.

Morante es un bien de interés cultural que hay que saber cuidar y entender. Su muñeca, tan lenta como la de Eric Clapton, es capaz de meter al tiempo en una dimensión desconocida, hasta el punto de hacernos creer cuando torea que le está roneando al brillo de su amor a la fiesta. Es diferente. Único. Sin par. Con jechuras de torero de otra época. Una especie de reencarnación taurina que se hizo carne escuchando los olés a un Gallo que apasionaba a Bergamín. A Morante no lo separa del toro ni los veterinarios ni los toros apañados. ¿O es que los toros XXL solo los van a encarar los gladiadores del escalafón? A Morante lo aparta de los ruedos la falta de sensibilidad de su dirección artística. Los que lo apoderan y lo ponen en los carteles a trasmano. Los que no saben que es un bien de interés cultural y lo tratan como si fuera una baratija plateada de Zacatecas. El problema está en por qué razón ha aguantado tanto. Por qué no ha mandado a la dirección artística a por poleo menta y él ha seguido en los ruedos. La respuesta quizás esté en el fútbol. Siempre es más fácil que se vaya el entrenador que echar a un equipo entero a la calle. Por ahí pueden ir los tiros. ¿Volverá? Esta es la tercera vez que apaga el puro. El otro día, en un tuit galopante, Joaquín Moeckel que lo conoce muy bien dijo: «Morante se va. Es urgente esperar». Y el alemán del Arenal es de los que opinan que es mucho más honrado irse que quedarse si no se está a gusto. Pues eso mismo. Yo creo que volverá a encender el puro y hace falta esperarlo…