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EL RECUADRO

La dictadura del chaleteriado

La burbuja inmobiliaria les ha estallado en toda la cara a Iglesias y Montero

Pablo Iglesias e Irene Montero, en una reciente rueda de prensa ISABEL PERMUY
Antonio Burgos

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Con la de ellos que hay en España, millones, de momento han dejado de existir todos los chalés («chaleres», que dicen en los pueblos) y no hay más que uno: el chalé por antonomasia. ¿Qué chalé? ¿Cuál va a ser? El de Pablo Iglesias e Irene Montero en La Navata de Galapagar. Galapagar hasta ahora era famoso por estar enterrado allí don Jacinto Benavente y ser donde la Reina Doña Victoria Eugenia tomó el tren hacia el destierro en abril de 1931, cuando la famosa fotografía del Conde de Romanones sentado en un banco de la estación, más solo que la una. Todo eso ha quedado borrado por un chalé de 600.000 euros comprado con unas facilidades hipotecarias de la catalana Caja de Ingenieros que deberían ya figurar por derecho propio entre los récords de poca vergüenza del Guinness.

No describo el chalé porque esto no es Idealista, joé. Ya habrán tenido ocasión de verlo, casi cuarto por cuarto. Y ni te cuento la piscina. Chalé sin piscina es chalé perdido. Y es más que lógico todo lo que ha ocurrido con el chalé. Dicen que ya no existe la famosa burbuja inmobiliaria, ¿no? Que la burbuja ahora es del precio de los alquileres en las zonas turísticas o monumentales de las grandes ciudades. No me lo creo. La burbuja inmobiliaria aún existe. Prueba de ello es que les ha estallado en toda la cara, en forma de chalé, a Pablo Iglesias e Irene Montero. Pablo Iglesias e Irene Montero son los últimos caídos de la burbuja inmobiliaria. A causa de la burbuja inmobiliaria, ¿no cayeron bancos, cajas de ahorro, constructoras, almacenes de muebles, tiendas de toda la vida, despachos de arquitectos y hasta notaría hubo que presentó una regulación de empleo? Bueno, pues con un poco de retraso ahora la burbuja inmobiliaria les ha estallado en las avariciosas manos a los que eran los puros más puros de todos los puros, los progres más progres de todos los progres, los más alejados de la Casta. Ha sido probablemente el peaje por su ingreso en la Casta y por cobrar esos sueldazos del erario público.

Todo, por querer hacer tabla rasa de la Historia y no sacar enseñanzas de ella. Un chalé como este, no en Galapagar, sino en Simón Verde, le costó el cargo y la carrera política al presidente de la Junta de Andalucía, a Rafael Escuredo, que tras hacer algo tan insólito como la reforma agraria del XIX en puertas del siglo XXI, iba para segunda edición de Blas Infante y perpetuarse en el Régimen Andaluz y «ahí queó», como dicen los capataces de Semana Santa. Y debían Iglesias y Montero haberse acordado también de Isabel Preysler y del socialista Miguel Boyer, que sirvieron de pitorreo nacional cuando se compraron Villa Meona, aquel chalé del que todavía no se sabe a ciencia cierta si tenía 16 cuartos de baño o eran solamente 14. Eso es lo que de momento falla en el chalé de Iglesias y Montero: que el puntillero de la gracia popular española acierte con el verduguillo de darle un nombre que acabe con el cuadro, como lo cuadró con Villa Meona, que me parece que el autor del acierto fue mi compadre Alfonso Ussía. Alfonso, hijo: ponle urgentemente un nombre al chalé de los que han pasado de luchar contra la casta a apuntarse en la caspa: ¿podría ser Villa Mangona?

Y, además, tanto jaleo para un chalé en los chirlos mirlos, que por muchos datos que den me parece una mierda de chalé y encima tan lejos de Madrid. Hombre, si todavía el chalé fuera en Puerta de Hierro, o por lo menos en la Pijolandia de Pozuelo, Aravaca o Las Rozas... ¿Pero en Galapagar, donde no hay más que peñascos? Un amigo pintor, Ricardo Suárez, ha dicho que Pablo e Irene han pasado de la dictadura del proletariado a la dictadura del chaletariado. Cierto y verdad. Miren cómo la juez Alaya, que no tiene que pagar ningún chalé, ha dicho todo aquello que nos temíamos, y que resulta que era verdad.

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