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LA TRIBU

Hermoso engaño

Más allá de las tiendas y de las cajas donde guardamos todo lo del Nacimiento, tú sigues yendo al pinar por tierra olorosa

Vista de un bosque de pinos ABC
Antonio García Barbeito

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Todos los años te pasa lo mismo, y no es por vergüenza de confesar la verdad, lo haces como niño que esconde sus propios juguetes para jugar a encontrarlos. Todos los años te pasa lo mismo. Un año coincidimos en el pinar y me contaste no sé qué historia de tus hijos, que se habían aficionado y que poco menos te obligaban a ir allí a buscar mucho de lo necesario, que si la tierra olorosa del pinar; que si ramas de madroños con frutos pintones —cuando no estaba prohibido cogerlas, cuando aún las manos del consumo no habían entrado a saco en el pinar como miles de bestias desmandadas, rompedoras de todo lo hermoso del otoño del bosque—; que si el lentisco y el romero; que si algunas piñas secas… No te creí, pero dejé que creyeras que te había creído. Otro día te vi —tú no me viste— en un vallado, con un cuchillo largo, metiéndolo por la tierra como quien procura el corte de una ancha loncha de jamón, y es que en aquella tierra asomaba la verdina y aun la yerbapunta; y cerca, en unas pitas, vi cómo metías el largo cuchillo para conseguir unos pitoncillos. Todo ibas echándolo a un canasto alargado, para que no se descompusiera. Un día, por la calle, en los alrededores de la Pureza, me dijiste que a ver si me pasaba por tu casa a ver el Nacimiento que estabas montando para los niños…

Qué hermoso engaño, amigo. Conozco tu infancia como la mía, y ya entonces, cuando éramos dos chiquillos de seis o siete años, hacías lo mismo, y montabas en tu casa un Nacimiento con mulitas de barro, soldaditos de plomo y algunos recortables de tu hermana. Ya habías descubierto el algodón como nubes, y, para el Portal, habías hecho una preciosa réplica del tinaón de la casa de tu abuelo, y dentro habías colocado la estampa de alguna primera comunión que representaba la escena del Nacimiento de Jesús… Y querías —hermosamente— engañarme aquel día del pinar, y el día de los pitoncillos; y quieres engañarme todos los años, todos, cuando coincidimos —la enorme fuerza de la infancia, que nos arrastra— en tiendas belenistas, que si un puente, que si unas casitas para las montañas, que si unas luces, que si un río por donde corre el agua, que si unas figuras especiales… Y sé, sabemos, aunque no nos lo decimos, que más allá de las tiendas y de las cajas donde guardamos todo lo del Nacimiento, tú sigues yendo al pinar por tierra olorosa, por ramas de lentisco y de romero; y a los vallados, por láminas de tierra con verdina y yerbapunta; y a las pitas, a coger pitoncillos… Como yo. Y después dirás, como yo, que es por los niños. Como si no supiéramos que estamos reconstruyendo nuestra infancia, tan hermosa.

antoniogbarbeito@gmail.com

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