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LA TRIBU

Matalascañas

Ya pueden aprobar allí cien hoteles, que el mamarracho urbanístico no va a mejorar un ápice

Imagen de la playa de Matalascañas, en Huelva ALBERTO DÍAZ
Antonio García Barbeito

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Parece que estoy viendo, en aquel marzo de 1982, el jaleo costero que se organizó cuando el derribo de chabolas a pie de playa: máquinas, helicópteros, fuerzas del orden… Un desembarco de buenas intenciones en una Normandía del despropósito. Es verdad que aquellas chabolas afeaban mucho el perfil playero del lugar, que le daba un aspecto de umbral de pobreza al salpicado lujo que se levantaba tras aquellas viviendas construidas a la buena de Dios por cada vecino que se sintió dueño de una parcelita de arena donde llevaba veraneando media vida. Es verdad, sí, pero también es una pena que las máquinas de aquellos días no siguieran derribando, no chabolas, mamarrachos construidos con todas las licencias, también a la buena de Dios, sobre las que el mal gusto puso veletas de espanto.

Dice la letra flamenca que «Si tu madre no fue buena, / tú tampoco lo serás: / de mal trigo, mala harina; / de mala harina, mal pan.» Matalascañas es un error de origen. Ahora sale, con cascabeles de alegría para muchos, la noticia de la aprobación de un plan que dote a la famosa playa de más plazas hoteleras. Eso está muy bien. Pero estaría mejor si la baja oferta de camas para la hermosa playa que es Matalascañas fuera su única carencia. Mal hecha desde el principio, la urbanización del lugar parece diseñada por sus enemigos, y ya pueden aprobar allí cien hoteles o que doblen su capacidad los que hay, que el mamarracho urbanístico no va a mejorar un ápice. Dicen que todo fue por una mala y precipitada gestión de un Ayuntamiento, el de Almonte, que en el origen de las construcciones se fijó en los dineros que entraban por las puertas más que en los horrores que iban levantándose. Desorden de calles, de trazados, de equilibrio entre ladrillo y zonas verdes, de respeto a las orillas del mar, que con tal de construir y cobrar, permitieron que se levantaran edificios que se mojaban los pies con la pleamar. Un desastre. Una de las más hermosas playas de España, en manos del despropósito. Allí, en Matalascañas, si quien levantaba pagaba, permitían barbaridades de mil colores. Y por más que después haya habido buen gusto en nuevos trazados, el adefesio seguía, y sigue, estando allí. Quizá la gente de Matalascañas prefiera, antes que más plazas hoteleras, más plazas de aparcamiento, por ejemplo, o mejores servicios que conviertan la playa en un lugar atractivo no sólo en verano. Matalascañas, por el clima, por la cercanía con Sevilla, con el Rocío y con Doñana, quizá desee mejoras sobre lo hecho, antes que apertura turística. Ojalá acierten, pero ya saben que de mala harina...

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