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TRAMPANTOJOS

Murillo pasea por Sevilla

El pintor retorna a su ciudad 400 años después. ¿Estaría satisfecho de su imagen hoy?

Detalle del autorretrato de Murilllo ABC
Eva Díaz Pérez

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Esta semana por fin arranca el Año Murillo. La circunstancia azarosa de que su bautismo se registrara el 31 de diciembre ha permitido ajustar tiempos y organizar el calendario de celebraciones a finales de año, que es cuando parece suceder todo. A mí me gustaría abstraerme y pensar en un Murillo que por arte de artificio o quizás de un trampantojo barroco regresara a Sevilla. ¿Qué encontraría? Supongo que a primera vista se alegraría. A lo largo de los siglos su sombra —o su luz, habría que decir— ha sido alargada. Muchos fueron los discípulos y copiadores, repetidores de lo murillesco. Casi en cualquier muro de convento o iglesia, podríamos hallar la huella de Murillo. Precisamente eso es lo que indaga la exposición comisariada por Benito Navarrete que se inaugura la semana que viene.

Pero ¿estaría satisfecho con esa repetición de sí mismo hasta la saciedad? ¿Qué habría pensado si viera sus cuadros en las cajas de dulces, en almanaques y estampitas? Murillo en versión pop es una visión limitada. Porque hay muchos Murillos y eso es lo que debería quedar de este cuarto centenario.

La experiencia de los centenarios de los poetas del 27 es un buen ejemplo de las celebraciones que fueron humo y fasto y las que sirvieron para dar proyección al personaje. Ejemplo positivo fue el de Cernuda, que relanzó su figura con numerosos estudios sobre su obra. Lorca fue el ejemplo del centenario de artificio condenado a luminarias que se apagan al cumplirse la celebración.

Tengo la vaga sospecha de que el centenario también servirá para rescatar al artista total que fue. No hay que confiar en las instituciones. Ahí está el lamentable papel del Ministerio de Cultura con el gran Murillo. ¿El Prado ha preparado alguna gran exposición dedicada al maestro? ¿Es que no había un excelente precedente en la celebración de El Greco? No sé si Murillo ha tenido la mala suerte de una época convulsa, una torpe gestión de los presupuestos o un desaire a Sevilla desde la villa y corte. Pero el resultado es que sólo está siendo reivindicado desde su casa, pero no desde la capital, como tantos otros asuntos universales despreciados como asuntos locales al Norte de Despeñaperros.

Pero, aún así, soy optimista. Si Murillo se paseara hoy por Sevilla, quizás estaría feliz por el orgullo que sienten sus paisanos por su revolución pictórica. Porque es el artista que narra de una forma nueva la religión como consuelo de su época terrible y además retrata el imaginario popular de su tiempo. Murillo es el gran documentalista de su época cuyos cuadros nos sirven ahora como ventanas al siglo XVII. Balcones a una realidad pintada por un hombre sincero y genial.

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