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EL RECUADRO

Noche de la Purísima

Cuando Sevilla se pone arezarle a la Inmaculada el «Bendita sea tu Pureza» hace décimas de once versos

Monumento de la Inmaculada Concepción RAÚL DOBLADO
Antonio Burgos

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Se escribe Inmaculada, pero en Sevilla se pronuncia Purísima. Y los del barrio del Arenal, mirando al Postigo del Aceite y a su capillita, lo pronunciamos como Pura y Limpia. Que dices esas tres palabras y se te arranca solo el motor de la memoria, con lo que pone allí en azulejos sobre la almagra y bajo la miniatura de espadaña: «Bendita sea tu Pureza». Pureza, Pureza se llama la antigua calle Larga de Triana. El nombre trianero de la calle de la capilla de su Esperanza es como el estrambote de esa rimada oración popular concepcionista. Que por si no la saben o no la recuerdan, se la pongo aquí entera y plena, como llena de gracia es la Virgen a La que se la rezamos: «Bendita sea tu Pureza/ y eternamente lo sea,/ pues todo un Dios se recrea/en tan graciosa belleza./ A Ti, celestial princesa,/Virgen Sagrada María,/ yo te ofrezco en este día/alma, vida y corazón./Mírame con compasión,/no me dejes, Madre mía.»

Es, como ven, una décima. ¿Quién es el autor de esta décima, para mí que coetánea del «Todo el mundo en general» de las coplas de Miguel Cid, que han cumplido ya, como el voto concepcionista de «la espá esnúa» de la Hermandad del Silencio, más de 400 años? Dicen que un desconocido poeta sevillano de segunda fila de entre los siglos XVI y XVII. Hijo, será de segunda fila, ¡pero segunda fila de barrera! Porque con su décima popularísima y devotísima dio pie a algo tan sevillano, tan belmontino o tan currista, como una media verónica a lo divino. La décima es como he transcrito. Pero igual que los seises son diez, cuando Sevilla hace ondear en la Giralda la bandera blanca y celeste y se pone a rezarle a la Inmaculada el «Bendita sea tu Pureza» hace décimas de once versos. Sí, el «Bendita sea tu pureza» bien «arramatao» no puede acabar con esa angustia del «no me dejes, Madre mía». Sevilla, después de haberle pegado esos lambreazos de piropos a la Inmaculada, coge su capote celeste y blanco y los remata con una media verónica, que los versos la están pidiendo, «a voces, Reina escogida». De modo que el final de esa décima de once versos queda: «Mírame con compasión,/no me dejes, Madre mía.../¡por tu Pura Concepción!».

No todo el mundo reza ese onceno verso: «Por tu Pura Concepción», tan sevillanísimo como un «por la gloria de mi Mare, que eres Tú, Pura y Limpia». Cuando se está rezando esa oración y el común de los fieles ha llegado al «no me dejes, Madre mía», el «Por tu Pura Concepción» resuena sólo, digamos, en los tendidos de sombra. Donde hay paladar para saborear las cosas nuestras antiguas. Hasta los curas se paran en seco con el esaborío final de «no me dejes, Madre mía»; a lo que muchos decimos:

—No me deje usted la décima sin la media verónica final sevillana del verso undécimo, hombre, sin el verso suelto de una devoción secular.

Sí reza ese undécimo verso, y siempre, mi querido reverendo padre Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp. ¿Saben por qué? Porque antes que párroco de Las Flores en la barriada de Pío XII fue seise, y se sabe completo todo el repertorio de coplas de la Inmaculada y de Corpus, y es consciente de que en Sevilla el «Bendita sea tu Pureza» ha de tener ese estrambote, clásico como el de un soneto cervantino. Pienso todo esto en voz alta, con mi medalla de hermano de la Pura y Limpia puesta, con su cordón color seise, porque esta noche es muy especial en Sevilla. Antes de la Nochebuena, tenemos esta Buena Noche de la Purísima, con la vigilia en la Catedral, con los tunos cantando en la Plaza del Triunfo ante el monumento de la Inmaculada, y luego con «todo el mundo en general» yéndose a las 12 al Postigo del Aceite, para rezar la salve a La que sus devotos del barrio (¿verdad, Rogelio Gómez; verdad, Fernando Ortega?) llamamos La Chiquetita del Arco: la imagen de la Pureza de la Virgen a la medida exacta de los cien gramos de Catedral mejor despachados del mundo, su capillita. Si Rafael Montesinos llamó a la del Viernes Santo «la Madrugada de Dios», hoy es la sevillanísima Noche de su Madre, la Pura y Limpia.

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