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EL RECUADRO

Romancillo del esto ya está aquí

Aún no ha llegado y ya se está yendo. Es la vieja pugna: lo viejo y lo nuevo. Sevilla que viene y se va al momento

Sevilla se prepara para vivir los días del gozo J. M. SERRANO
Antonio Burgos

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Aún no ha llegado y ya se está yendo. Se escapa cual agua entre nuestros dedos en cuanto a la Plaza llegaron los hierros que montan los palcos: que «ya está aquí esto». Ya hay en La Campana hasta un nazareno, el de cada año, el que es el primero: van tras los cristales de un viejo comercio sus tramos del dulce, que los caramelos desde hace cien años los lleva por dentro. Ya está en La Campana, flor de confiteros, esa miniatura de un paso misterio y un tramo de infancia, de dulces recuerdos, todos cuando niños quisimos tenerlos, a todos de niños nos dio un caramelo esta figurita que es retorno eterno de lo que no pasa, lo llevamos dentro, y que por llamarlos unos llaman sueño, igual que hay algunos que llaman recuerdos de la mano aquella que nos dio el abuelo para acompañarnos por estos adentros por los que no pasa, ay, no pasa el tiempo.

Aún no ha llegado y ya se está yendo. Pasa en Vía Crucis un Cristo en silencio, diez trajes oscuros son sus costaleros, no suena el martillo, no arrastra en el suelo aquella alpargata de muelle y esfuerzo, pero cuando pasa es el barrio entero el que ahora se asoma para otra vez verlo. Balcones vacíos de pisos sin dueño: soledad de entonces, de ahora se ha vuelto.

Aún no ha llegado y ya se está yendo. Es la vieja pugna: lo viejo y lo nuevo. Sevilla que viene y se va al momento, miel de las torrijas nadando en océanos de dulce amargura de los que se fueron y que recordamos siempre al lado nuestro, silla en la Avenida, balcones abiertos, tambores que suenan todavía muy lejos y una cruz de guía que guía lo incierto: dicen que son vísperas, digo que no es cierto, digo que has vivido muchas veces esto, y que su añoranza es lo verdadero.

Aún no ha llegado y ya se está yendo. Los días que faltan cuentas con los dedos; de los diez que tienes te sobran diez de ellos, que nunca se ha ido lo que espera el tiempo, que siempre se queda en tu alma el anhelo de que todo sea como otros vivieron. Nazarenos blancos ya pasan, los veo. Detrás vienen unos capirotes negros. Cíngulos de seda, espartos tan recios, son como esterones que enrollan los cuerpos. Capas de merino, ruanes, terciopelos, sargas marineras, rasos trianeros pasan ya por tramos: son tus años, vedlos. Sabes que ya has visto lo que será estreno, La Paz por el Parque; por El Pumajero ya viene La Hiniesta con «Campanilleros», y sabes que Judas ya está dando un beso al Hijo que tiene la Reina del Cielo de azules marismas donde van los buenos, los viejos cabales de los rocieros. Y suenan los pitos, pitos del Silencio, silencio que escuchas en todo su estruendo de espada desnuda y bandera al viento, defendió Sevilla lo que Roma luego proclamó de Dogma: Pura y Limpia, y cielo de color de seise o celeste siendo la que ondea en la torre que moros hicieron con cuatro jarrones de azucenas dentro. Todo por delante, de impaciencia muero. ¿Cuántos días faltan? ¿O es que ya vinieron y estamos tocando allá en San Lorenzo, la puerta que cierra gozos venideros, toquemos madera, toquemos lo eterno?

Aún no ha llegado y ya se está yendo. Veo plumas blancas, armaos macarenos, tambores que rufan por Parras, por Huerto. Veo al Sentenciado y a su Madre veo. De sus mariquillas oigo el tintineo, la pluma de oro de aquel hinojero que fue de la Virgen y de su torero, que por eso un gallo, que no es de San Pedro, lleva en esa pluma, oro macareno. Y ves la tristeza del rasgado velo que al morir entonces se rompió en el templo, y ves la Salud que aun estando muerto nos da a todos Cristo: va por Toneleros y sale a Adriano, acera del Negro. Y es tarde de toros, reventa y veguero, cuando por la Puerta que hace siglo y medio que no está ya pasa mi Cristo naviero: navega su barco, de azul terciopelo se viste la Puerta de los carreteros.

Aún no ha llegado y ya se está yendo. Mejor que la fiesta es pensar en ello, sentir la emoción que tendrá tu cuerpo, repeluco antiguo de viejos recuerdos. Y estás convencido, que lo dice el Credo, que venció a la muerte este Cristo nuestro igual que nosotros vencemos al tiempo, aunque cada año seamos más viejos y nos salga el niño que llevamos dentro.

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