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LA TRIBU

Salvación

Huyes de lo urbano en busca de la verdad desnuda del campo, del río, de los pájaros, de los cerros…

Don Quijote, según Gustavo Doré ABC
Antonio García Barbeito

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Te pasa lo mismo que cuando, cansado de humos malos y de malos humos, huyes de lo urbano en busca de la verdad desnuda del campo, del río, de los pájaros, de los cerros… Cuando abres la prensa y en sus páginas encuentras noticias que ya habías oído en las voces de la radio, y más tarde enciendes la televisión y aquí las voces repiten lo que ya dijeron antes la radio y el periódico, y esas noticias tratan de lo mismo —para qué decir de qué, si todos lo sabemos—, tu paisaje, tus cerros, tu río, tu aire, tu luz y tu cielo los encuentras huyendo de esas voces y refugiándote —es un refugio— entre las páginas siempre salvadoras de un buen libro.

Reconoces que una de las frases que siguen ahí, temblándote en el asombro y en la admiración por la creación, salió de aquí abajo, del talento que se abrió al mundo en Moguer, cuando nos animaba: «Procurad que delante de vuestros anhelos y de vuestras esperanzas, se dilate siempre el infinito. No queráis nunca llegar a los límites, porque desde los límites sólo se puede regresar.» Esta frase la leerás mil veces y seguirá aportando luz, reflexión, belleza y verdad. Nada que ver con noticias que sólo con que las repitan tres veces, causarán un hartazgo triple del que causaron al ser oídas por primera vez. Hay que ir al refugio de los libros. Recuerdas ahora la voz de Don Quijote: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida.» Comparas esta frase con la idea de libertad que tienen algunos de los que para sentirse libres tienen que asesinar, apartarse de la razón, huir a la locura o subirse a las almenas del odio, la enemistad o el desprecio a todo lo que no sean sus ideas, y lees y lees la voz de Cervantes, como una salvación, como un refugio. Te cansas de oír sandeces a sueldo —de nuestro bolsillo— que hablan de por qué somos así o por qué son así otros, y te quedas, una y mil veces mil, recitando tres sencillos versos de Rafael Montesinos, absoluta verdad, fogonazo de talento sin pretensiones: «Las mañanas eran claras / porque mi vida lo era, / no porque fueran mañanas.» En la televisión y en la radio se pelean unas ideas —digamos, mejor, unos decires— contra otras, y como al final nadie es capaz de saber qué han dicho, te quedas con el gigantesco no saber de Manuel Machado: «Yo no sé por dónde / ni por dónde no, / se ma liao esta soguita ar cuerpo / sin saberlo yo.» Libros para una salvación, aunque sea «un no sé qué que queda balbuciendo…»

antoniogbarbeito@gmail.com

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