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Al servicio de la Plutocracia

El doctor Sánchez sólo quiere salvar su imagen

Juan Manuel de Prada

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Nunca como en nuestra época las taumaturgias de los demagogos habían ejercido tanta persuasión sobre las masas cretinizadas. Ahí tenemos al doctor Pedro Sánchez, que ayer mismo, a la vez que hacía postureo solidario en París, reclamaba la culminación de la unión bancaria, para someternos (¡todavía más!) al capricho del Dinero. Resulta, en verdad, enternecedor que las masas cretinizadas confíen en la «sensibilidad social» del doctor Sánchez, sin advertir que es un perro caniche de la plutocracia (como, por otra parte, lo han sido todos los dirigentes socialistas desde Suresnes), cuyas únicas inquietudes sociales son las que figuran en la hoja de ruta del mundialismo: extensión de los derechos de bragueta, promoción de las teorías de género, fomento de un zurriburri religioso y cultural que afiance la apostasía europea, etcétera. Pero si las masas cretinizadas no advierten que el currículo del doctor Sánchez es tan verídico como el vello de Jacob, ¿cómo van a advertir que es un perro caniche de la plutocracia?

Hay que reconocer, sin embargo, que las taumaturgias del doctor Sánchez son muy resultonas. Sirve de botón de muestra la sórdida exhibición de pornografía sentimental que propició la llegada del Aquarius. Un gobernante que no fuese un perro caniche de la plutocracia y deseara verdaderamente ayudar a esos desgraciados que cruzan el Mediterráneo huyendo de la miseria, empezaría por recordar que el derecho a emigrar es subsidiario del derecho que a toda persona asiste a arraigarse en su propia tierra y formar allí una familia. Y así, luchando por la realización de ese derecho, descubriría que la causa principal por la que estos desgraciados huyen de la tierra en la que nacieron es la rapacidad económica del mundialismo, que a la vez que esquilma los recursos naturales del continente africano favorece las guerras que convienen a sus intereses, como se hizo -por ejemplo- en Libia. Un gobernante que no fuera un perro caniche de la plutocracia también señalaría algo que los misioneros que llevan décadas salvando almas en África saben perfectamente: si el dinero que los estados europeos destinan a sus hipócritas políticas migratorias (que no son más que un postureo solidario con una repugnante trastienda de sobornos a regímenes como el turco o el marroquí, que tapan nuestras miserias) se dedicase a favorecer el tejido económico de las regiones africanas hoy condenadas a la diáspora, ese dinero actuaría como la levadura en la parábola evangélica. Un gobernante que no fuera un perro caniche de la plutocracia tendría, en fin, el valor de investigar la labor de las organizaciones dedicadas, bajo máscara humanitaria, al rescate de estos pobres desgraciados que se arrojan al mar en cayucos y pateras; y descubriría que, en muchos casos, tales rescates se ejecutan muy cerca de las costas africanas, bajo pabellones falsos y con intenciones muy oscuras.

Actuando así, un gobernante que no fuera un perro caniche de la plutocracia lograría reducir la desbandada migratoria y las tragedias en el Mediterráneo. Y, además, acogería como a auténticos hermanos a los africanos que, pese a todos sus esfuerzos, no pudiesen sobrevivir en su tierra, como San Pablo le pedía a Filemón que hiciese con Onésimo. Pero Filemón era un hombre que quería salvar su alma, por lo que estaba dispuesto a hacer auténticas obras de cariad y justicia. El doctor Sánchez, en cambio, sólo quiere salvar su imagen, por lo que le basta con urdir taumaturgias que embauquen a las masas cretinizadas, mientras trabaja el servicio de la plutocracia, favoreciendo lo mismo el expolio del continente africano que la culminación de la unión bancaria.

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