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LA ALBERCA

El sevillano Serrano

Gregorio Serrano no ha metido la pata por ser de una cofradía, sino por incompetente

Imagen del colapso provocado en la AP-6 debido al fuerte temporal de nieve ABC
Alberto García Reyes

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El tuit que publicó el director general de Tráfico, Gregorio Serrano, para justificar que se había quedado en su casa mientras miles de viajeros estaban atrapados en la AP-6 es la sublimación de la incompetencia. Cualquiera puede equivocarse, pero intentar arreglar un error cometiendo otro más grave sólo está al alcance de unos cuantos elegidos. Serrano tenía que haber estado en su despacho gestionando la operación retorno de Navidad, que es una de las fechas con más trabajo para la DGT. Digo más: tenía que haberse desplazado personalmente a la zona afectada por la nevada para tomar decisiones sobre el terreno. Pero prefirió quedarse con su familia el 6 de enero porque consideró que tenía derecho a pasar con los suyos el día de Reyes, una idea que de haberse extendido a todas las personas con obligaciones laborales habría provocado una hecatombe nacional: hospitales sin médicos, comisarías sin policías... Un contratiempo se puede gestionar desde casa e incluso es aconsejable que así sea porque la conciliación familiar tiene que ser tan importante como el trabajo. Pero un problema serio hay que afrontarlo siempre desde la trinchera. Va en el sueldo. Y no caben excusas. Gregorio Serrano metió la pata y la única salida que tenía era pedir disculpas. Pero además de negligente, ha sido soberbio. Su tuit no hay por dónde cogerlo. Es chulesco y burdo. Porque para usar bien la ironía hay que tener mucho talento. Así que ahora le toca aguantar lo que le caiga. Punto.

Pero en esta historia hay algunos que están queriendo hacer pagar el pato a Sevilla de una manera bochornosa. Varios medios digitales han publicado reportajes sobre Serrano acusándole de que es hermano de alguna cofradía, va a la feria, le gustan los toros y se le suele ver en bares los sábados. Si Serrano fuera de Bilbao y pasara los fines de semana tomando chatos con su cuadrilla, yendo a bendecir su cordón a San Blas y participando en las tertulias taurinas del Club Cocherito, probablemente se habría escrito que es un político muy implicado con las tradiciones vascas y que muestra un profundo compromiso con la historia de su pueblo. Pero en Sevilla la cosa cambia. Aquí siempre somos sospechosos de ser unos juerguistas. De Juan Ignacio Zoido llegaron a escribir en uno de esos confidenciales de chismorreos que había puesto un tirador de Cruzcampo en el Ministerio del Interior para atender a sus visitas. Porque ser sevillano es marchamo asegurado de jaranero. O de sinvergüenza. ¿Por qué en todos los titulares se habla de los violadores de San Fermín como «los sevillanos de la Manada» y nadie se refiere a los niñatos que han matado a patadas al exfutbolista Urren como «los menores bilbaínos»?

En el tratamiento mediático que se ha hecho sobre la calamitosa actuación de Serrano en la nevada se incluye su condición de sevillano como agravante por una razón mucho más cateta que la que se pretende denunciar: según los capitalinos chauvinistas, para ser bueno de verdad hay que comer bocadillos de calamares patinando por el Retiro.

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