Hazte premium Hazte premium

LA TRIBU

Sin medida

No es que estemos inmersos en el consumo, es que nos devora

Los escaparates en época navideña atraen la atención de los viadantes ABC
Antonio García Barbeito

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Paseábamos por Madrid, por la Puerta del Sol, y pasábamos junto a escaparates de tiendas carísimas; tiendas de ropa, de comida, de regalos, de antigüedades, de electrodomésticos de último grito (ahora se dice de última generación). Fue a finales de los setenta; él iba vestido con el mismo y machadiano «torpe aliño indumentario» con que vestía en su diario entre los suyos, o en su capital. Pero él le iba por dentro; él era él, y no por la vestimenta. Él era él, y en aquel Madrid que ya era enorme, bullicioso, admirable y loco, pasaba por delante de los escaparates con la misma indiferencia con la que hubiese pasado junto a una tapia. Yo me paraba para mirar unas estilográficas, unos jerséis, una grabadora… En una de mis paradas, me dijo: «¿Tú te quieres creer que a mí no me llama la atención nada de lo que a ti te hace frenarte en seco y pegar la cara al cristal de los escaparates? Yo voy contigo por aquí, paseando, tan contento, mirando edificios, viendo las caras de las gentes, el ambiente de capital tan bonito que hay, charlando de cosas que nos gustan, que yo ni necesito ni apetezco nada de lo que queda tras esos cristales.» En aquel momento no le recordé una frase atribuida a Sócrates, porque confieso que no la conocía. Me hubiese encantado conocerla y a él que se la hubiese dicho. Ya saben. Sócrates acostumbraba a ir con sus alumnos al mercado de Atenas, miraba cuanto ofrecían y se iba sin comprar nada, y cuando sus alumnos le preguntaron por su actitud, dijo: «Me encanta ver tantas cosas que no necesito para ser feliz.» Mi amigo hubiese saltado de alborozo; como se hubiese alegrado si me da por recitarle —no caí, ay— un par de versos de Manuel Machado: «Me acuso de no amar sino muy vagamente / una porción de cosas que encantan a la gente...»

No es que estemos inmersos en el consumo, es que nos devora. Dice un amigo que observa los comportamientos consumistas de su entorno, que conoce a gente a la que cerrarle un día una gran superficie es como taparle a un conejo la madriguera: no sabe para dónde tirar. O sellar un hormiguero. O cortar una carretera. O cambiar el día de descanso de un bar. No tenemos medida del consumo, somos incapaces de vivir sin acumular. Ayer, un amigo me dijo que, por si acaso no hay cuando vuelva a la tienda, había comprado doce cajas de un producto que le gusta; y, por la misma razón, doce botes de otra cosa, y doce botellas de no sé qué… Y vive solo. Sin ser ni filósofo ni virtuoso, en el consumo estoy más cerca de Sócrates que de este amigo. De Sócrates y de Manuel Machado, y del amigo de aquel día por Madrid, que no son malos compañeros de viaje.

antoniogbarbeito@gmail.com

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación