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Virtuosos

La historia universal de la Infamia está jalonada de gobiernos de justos sin tacha dispuestos a erradicar el mal

Javier Rubio

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Líbrenos Dios de que nos gobiernen los virtuosos. Los puros, los que nunca han metido la pata, los que jamás se han equivocado, los que no han tenido un tropiezo en su vida, los que son inmunes a los reproches porque no hay nada en su biografía personal, profesional o moral que pueda objetarse. Vaya por delante que el ministro de Cultura -al que la semana pasada tildábamos aquí mismo de chiste en el nuevo Gobierno- ha hecho lo único que podía hacer. Dando las explicaciones que haya querido dar y achacando su dimisión a una estrategia concertada contra el presidente del Gobierno , que es lo que se suele decir cuando no se tiene nada que decir. No es suya la culpa. Ni siquiera por haber disputado con Hacienda a cuenta de unos pagos que consideraba que no debía hacer mientras los inspectores sostenían lo contrario: una controversia fiscal como las que se dan todos los días entre los contribuyentes y la Agencia Tributaria que no hubiera tenido más trascendencia si Pedro Sánchez no hubiera incurrido en la demagogia de exigir estatuto de limpieza de sangre a todos sus ministros y altos cargos. Ya sé que voy contra corriente y que, en esta ciudad mendaz, todo el mundo se siente a salvo de los pecados que aprecia -y se regodea en señalar- en los demás, pero me siento en la obligación moral de hacer la advertencia pensando no en los episodios nada edificantes que están en la cabeza de todos en Sevilla, en Madrid o en Krasnodar sino en los que han de venir en el futuro.

La historia universal de la Infamia está jalonada de gobiernos de justos sin tacha dispuestos a erradicar el mal en sus múltiples variantes del cuerpo social. Por lo general, la extirpación de comportamientos indeseables ha llevado aparejada el exterminio sistemático de todo aquel que pudiera parecer corrupto a los ojos de quienes se consideraban en posesión, sin compartirla, de la Razón. Ya se sabe que el sueño de la razón engendra monstruos y bien sangrientos. Los brotes de puritanismo en las sociedades preindustriales acababan en la hoguera y en nuestra sociedad contemporánea empiezan y terminan en la pira mediática de las redes sociales donde no hay currículo que esté a salvo de un escrutinio tan exhaustivo como demagógico y donde no hay honra que igualarse pueda al adanismo de quienes se sienten a salvo. El ansia de satisfacer a la bestia de los mil ojos de la opinión pública llevará a extremar el celo hasta un límite asfixiante, insoportablemente obsesivo. No prefiero que nos gobiernen los indignos, por supuesto. Pero líbreme Dios de considerarme a mí mismo tan virtuoso como para exigir de los demás lo que para mí no soy capaz de cumplir. Cuando miro a mi alrededor en los bancos de la iglesia, me siento orgulloso de estar rodeado de pecadores en pos de redención.

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