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Historia

1649, cuando la peste asoló Utrera

Esta mortífera epidemia, acabó con la mitad de la población y cortó de raíz una época de esplendor

1649, cuando la peste asoló Utrera Turismo Utrera

Alberto Flores

El progreso que experimentó la localidad de Utrera a lo largo del siglo XVI, principalmente causado por su privilegiada situación geográfica, a medio camino entre los puertos de Sevilla y Cádiz en plena Carrera de Indias, se vio truncado de manera drástica y realmente trágica, a mitad del siglo XVII, concretamente en el año 1649, el año que pasará a la historia como el año de la epidemia de peste bubónica.

Después de esta negra fecha, ya nada volvería a ser igual, y la localidad quedó reducida prácticamente a una ciudad fantasma, donde desapareció la mitad de la población. Aunque es complicado afinar el número de personas que perecieron, muchas fuentes hablan de 5.000, lo que supuso un duro golpe para la localidad, del que tardaría numerosos años en recuperarse. La peste bubónica dejó herida de muerte a una localidad, que en las décadas anteriores había disfrutado de un extraordinario crecimiento, convirtiéndose en una de las poblaciones más importantes de todo el reino de Sevilla.

En 1730, el ilustre utrerano Pedro Román Meléndez se refería a esta circunstancia en su Epílogo de Utrera: «tuvo en otro tiempo seis mil vecinos, así lo afirma Morgado. Hasta el año de 1580 más de cuatro mil. Cuando escribió nuestro Caro, dos mil y seiscientos. Sobrevino después el año de la peste, en que murieron más de seis mil personas, como refiere Salado, que fué testigo de vista. Arruináronse muchas casas, cuyas ruinas aun hoy se reconocen, por lo cual el vecindario es menor, no llegando hoy a dos mil personas, según los padrones».

Ante tanto desastre, también había hombres cultos que daban un paso adelante y decidían poner por escrito una especie de manual en el que ofrecían recomendaciones a sus conciudadanos a la hora de intentar luchar contra el contagio de la enfermedad. Es el caso de Francisco Salado Garcés y Ribera, que imprimió un tratado en Utrera en el año 1649, titulado «Política contra Peste: gobierno espiritual, temporal y médico». Como suele ocurrir en todo este tipo de situaciones, los estratos más humildes de la población, fueron los que sufrieron de una manera más cruda los efectos de la epidemia.

En las situaciones más complicadas, sale también a relucir la mejor cara del ser humano, que trata de sobreponerse a la adversidad y luchar contra los elementos. Utrera se llenó de hospitales, donde eran atendidos los enfermos, mientras que la tarea emprendida por los frailes de los conventos de la localidad fue también muy destacada.

En la actual calle Álvarez Hazañas, se ubicaba el convento del Corpus Christi, que ocupaba la orden de San Juan de Dios, que se dedicaba al cuidado de los enfermos. Fue tan importante la labor realizada por los frailes que se encontraban en este convento, durante los tiempos de la epidemia de peste, que el agradecimiento de la población, todavía puede percibirse en el callejero de la localidad. Las calles Francisco Marín o Fajardo, están dedicadas a frailes que dieron su vida para ayudar a los enfermos de peste.

Tras la gran epidemia de 1649, Utrera quedaba en una situación verdaderamente complicada, donde costó cientos de años volver a datos poblaciones parecidos a los anteriores, de hecho la localidad a finales del siglo XVIII, todavía no había conseguido alcanzar los 10.000 habitantes, sumida en un negro pozo, sin apenas perspectivas de futuro. Tras este periodo oscuro, se fundaron nuevas hermandades y las instituciones hospitalarias, experimentaron un importante auge.

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