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Pepe Fernández, 97 años y minero jubilado: «La mina es el pan para Aznalcóllar»
Trabajó en las minas desde 1937 hasta 1982, sobrevivió a un consejo de guerra y ha sido actor principal en seis compañías
A sus 97 años Pepe Fernández es el minero más longevo de Aznalcóllar y una institución en este pueblo del Corredor del Guadiamar, donde el teatro municipal lleva su nombre. Se jubiló en 1982 en las minas que ahora quieren reabrirse y vuelvan a situarse en el centro de la polémica, tras la catástrofe de Boliden. «La fatalidad quiso que cediera la balsa con residuos de los minerales, liando aquella catástrofe natural que lo arruinó todo», explica consciente de las consecuencias que este suceso de 1998 tuvo.
Desde el patio de su hogar mira con incertidumbre la mina y confía a su reapertura, ahora paralizada por la Junta de Andalucía tras un auto judicial, una nueva etapa de esplendor para sus nietos y bisnietos: «La mina es el pan para Aznalcóllar», dice.
El cariño de un pueblo a su minero más veterano salta a la vista en el callejero por el que a sus 97 años Pepe Fernández sigue paseando y deteniéndose, afable, en un sinfín de conversaciones. Más de tres mil personas suscribieron una iniciativa popular con el propósito de reconocer la trayectoria de Fernández, dándole su nombre al teatro municipal que se encuentra al costado de la parroquia. Es el tributo popular a un hombre tímido, de tintes legendarios, recatada galantería y aires dalinianos que compaginó su labor como minero con su pasión por el teatro, siendo «actor principal» en seis grupos artísticos.
«A Aznalcóllar venía la compañía de Pacheco González y no sólo es que el teatro estuviera bien visto, sino que gustaba con delirio», rememora con lucidez una persona que encontró en el teatro la forma de defender también los valores democráticos. Debutó con una comedia de Jacinto Benavente, «El nido ajeno», y desde entonces supo ganarse el aplauso y la consideración del gran público. «No merezco tanto como me quieren, el pueblo es maravilloso conmigo ¿Cómo me iba a imaginar que iba a darle nombre a un teatro en mi pueblo?», dice con una gran sonrisa.
«Leído y escribido», gracias al afán de su profesor Roque García Márquez, el levantamiento militar en 1936 y la Guerra Civil rompen sus posibilidades de seguir estudiando. «Soy como soy, y soy comunista, que me perdonen, y por esto no hago mal a nadie», sostiene para hablar de un pasaje que le llevó a abandonar a toda prisa su pueblo para buscar protección en la sierra.
«Me detuvieron, estuve encarcelado, y mi familia sufrió lo suyo, pero soy una persona alegre y positiva, y he tenido suerte», relata. Por intercesión de una tía suya que servía en el hogar de unos familiares de Queipo de Llano, Fernández sobrevive a un consejo de guerra en 1937 y regresa a su pueblo, donde encontraría la protección de la Guardia Civil que le evita el exilio forzoso. Es entonces cuando comienza a trabajar en la mina, inicia la relación con la que fue su mujer, y ve nacer a sus cinco hijos.
«Empecé como peón, fui carpintero, almacenero, pasé por el taller y al final acabé en los laboratorios donde estuve hasta que me jubilé en 1982, en la corta que explotaba Andaluza de Piritas. Su balance pone de relieve la relación entre la minería y el desarrollo de la población. «La mina era el pan para el pueblo donde estaban colocadas unas 400 personas, familias a las que no faltaba sustento». Apoya sus palabras y las remarca con el movimiento de sus manos: «Esta era Sevilla la chica».
En los sesenta, la mina le dio el susto de su vida cuando un derrumbe interior en la corta de Aznalcóllar deja enterrados a casi medio centenar de trabajadores, entre ellos uno de sus hijos. «No sabía si iba a salir de allí, y sobre todo si iba a salir vivo, y me sentí culpable porque de mis cinco hijos, cuatro y mi yerno trabajaban en la mina». Afortunadamente, todos salieron ilesos.
La explotación pasaría con Boliden a la Corta de Los Frailes en los noventa, con un modelo de mina a cielo abierto que Fernández conoció ya jubilado.
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