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AGRICULTURA

Los Palacios vende 400 regabinadoras de algodón, un invento exitoso de Paco Tapia

Permiten un cultivo de precisión y de mayor calidad de algodón, remolacha, maíz y girasol

Los hermanos Tapia, Eduardo y Paco, continúan fabricando el invento paterno F.R.M.

FERNANDO RORÍGUEZ MURUBE

Hay una máxima entre los viejos agricultores del Bajo Guadalquivir que dice que «cuando empieces a labrar y veas la tierra propicia para ello, no pares ni para comerte el bocadillo». Una sentencia que versa sobre la complejidad del terreno marismeño, uno de los más fértiles de España —si no el que más— pero también de los más duros dado su carácter cambiante para cultivarlo. Una dificultad que una mente privilegiada y emprendedora como la de Paco Tapia (fallecido en 2013 a los 79 años) supo convertir en oportunidad.

Este almeriense afincado en Los Palacios desde que tenía 20 años dedicó su vertiente profesional en su taller metálico a experimentar e investigar cómo podía mejorar y adaptar la maquinaria agrícola a los inconvenientes marismeños. Así llegaron varios inventos: una máquina para sembrar colza, otra para sembrar algodón con plásticos, otra para abonar eucaliptos, etc.

Todas las puso en el mercado y a todas les sacó un gran rendimiento. Por ejemplo, en la década de los ochenta fabricaba todos los años junto a sus hijos un centenar de sembradoras de algodón con plásticos, hasta que el precio de esta planta bajó tanto que hizo insostenible los gastos de dicha máquina.

Pero, sin duda, la invención que más éxito ha tenido y más ha perdurado en el tiempo es la regabinadora de algodón . Tras muchos intentos fallidos, y como consecuencia de arañar en la corteza del pensamiento bajo el impulso de la pasión por su trabajo y su intuición innata, por fin en 1994 consiguió el prototipo anhelado.

U n apero que sirve para todos los cultivos sembrados en líne a, especialmente para el algodón, la remolacha, el maíz y el girasol, y que se diferencia del resto porque siempre arrastra la misma tierra, no araña la planta, se adapta al terreno gracias a su rueda de control y a que cada cuerpo de la regabina es independiente; algo que se traduce en un cultivo de precisión altamente interesante dado que trabaja con más calidad y rapidez.

Muy satisfecho con el resultado de su nueva idea, se planteó que por qué no iba a vender al menos una máquina en cada pueblo desde El Puerto de Santa María hasta Los Palacios . Siempre «echado palante» y sin miedo al fracaso, fabricó veinte unidades bajo el mencionado planteamiento de ventas. Luego la realidad fue otra bien distinta , al menos en un principio.

Con una sequía de cuatro años y unas subvenciones que incentivaban más al número de hectáreas que a la producción de éstas, ningún empresario quiso apostar un millón de las extintas pesetas para adquirir la regabinadora de Tapia . Una vez superada esta primera crisis en el proyecto y comenzó a dar salida al invento, el ritmo fue frenético, vendiendo más de veinte máquinas al año, una regularidad que se ha mantenido hasta hoy, siendo sus hijos Eduardo y Paco los gerentes del negocio.

Patentar la máquina

Actualmente son más de 400 las regabinadoras —características por su color rojo— que inundan las fértiles y complejas tierras marismeñas, desde Jerez de la Frontera, El Puerto de Santa María y Rota, hasta La Puebla del Río e Isla Mayor , pasando por todo el Bajo Guadalquivir , con especial incidencia en Lebrija, principal foco algodonero andaluz.

«El invento de nuestro padre nos está dando de comer: en torno al 80 o 90 por ciento de las regabinadoras utilizadas en esta zona han salido de nuestro taller», afirma Eduardo, quien reconoce que su padre intentó patentar la máquina , pero les advirtieron de que al haberla puesto en el mercado ya se hacía imposible sacar la patente.

En este mismo sentido, Paco Tapia advierte de que «ya nos han intentado copiar en varias ocasiones, pero la gente sigue demandando las nuestras». Y es que el hombre de campo de toda la vida es conocedor de las bondades de este Leonardo da Vinci de la agricultura andaluza, capaz de mejorar sus condiciones de trabajo gracias a su talento, al que siempre administró paciencia y aplicación.

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