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Las cosas más curiosas que los sevillanos se llevan a un ataúd

Los objetos más insólitos suelen acompañar a muchos de los que fallecen, desde una televisión a una botella de güisqui

Las cosas más curiosas que los sevillanos se llevan a un ataúd abc

fernando carrasco

Hay muchas leyendas urbanas acerca de los enterramientos. Aunque la cultura de la muerte produce en España cierto «tabú», sí es verdad que las nuevas generaciones van teniendo una visión distinta que la de las personas de avanzada edad.

Así, Sevilla es una de las ciudades en las que más se incinera a los fallecidos. Baste la cifra en lo que llevamos de 2014: de los 2.389 «finados», un total de 1.670 fueron incinerados por 670 enterrados. Esto supone que los familiares del 70% de los fallecidos optaron por el crematorio.

Sobre las situaciones que las empresas de servicios funerarios pueden encontrarse a la hora de ofrecer un servicio, son tan variopintas como, muchas veces, dignas de figurar en una película del recordado Luis García Berlanga.

Este fin de semana se celebra en Sevilla el XII Congreso Nacional de Servicios Funerarios y aunque el principal debate se centra en la subida de un 13% del IVA, lo que encarece en unos 400 ó 500 euros un entierro, también sirve para conocer historias que, habitualmente, se encuentran empleados y dueños de funearias.

Víctor Humanes, vocal de Panasef, ha vivido en personas situaciones de lo más raro. Por ejemplo, es usual «que se entierren vestidos con la túnica de su hermandad o con la camiseta del Real Betis o del Sevilla. Pero también he visto cómo meten en el ataúd botellas de güisqui y balones de fútbol».

Hay personas que se han enterrado con un balón de fútbol, una caja de puros...Sin lugar a dudas, uno de los casos que más le ha llamado la atención fue un señor que fue enterrado «con su televisión, ya que estaba todo el día viéndola y quisieron los familiares que se la llevase al otro mundo», o el hecho de «preparar a un difunto, vestirlo con un traje y tener que desvestirlo y enterrarlo con su bata de estar por casa, porque así lo quería recordar la familia».

«O peinar a otro y decirme la viuda que ése no era su marido ya que él siempre estaba despeinado». También es común que «se entierre a personas con una caja de puros, o incluso con peluches y otros objetos».

¿Y los chinos? ¿Se entierran? «Tuve un caso —precisa Víctor Humanes—. Y se enterró en un ataúd que valía más de 18.000 euros, con un barniz de oro de 24 quilates y por dentro forrado con terciopelo de Lyon. Llamó muchísimo la atención en aquellos momentos».

En todo caso, se trata de situaciones excepcionales, pero en la cultura de la muerte no hay nada predecible y los servicios son personalizados siempre».

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