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sucesos

Las cámaras de una tienda descubren a la carterista de la calle Asunción

Cerca de 25.000 personas, entre comerciantes y vecinos de Sevilla, sufren al año el efecto de los hurtos menores

Las cámaras de una tienda descubren a la carterista de la calle Asunción abc

c. aguilar

Los carteristas no desaparecen y sus efectos se cuentan al año por miles entre vecinos y comerciantes de Sevilla. Hasta septiembre de 2014, según los últimos datos publicados por el Ministerio del Interior, la Policía ha registrado en la provincia de Sevilla un total de 22.606 delitos por hurto. Según fuentes policiales consultadas por ABC, «no existe una oleada de robos en Sevilla, ni se están llevando a cabo actuaciones especiales al respecto». Es más, las cifras de Interior revelan que, respecto al mismo periodo del año anterior –de enero a septiembre–, se ha producido un descenso de 7,7 por ciento de este tipo de delitos. Hay que recordar que si la Policía sorprende «in fraganti» al delincuente con un botín que no supere los 300 euros, no es detenido al considerarse una falta de hurto y no un delito.

Para los comerciantes, los hurtos suponen una auténtica losa. «Afectan a los comercios en todos los sentidos», manifiesta Tomás González, presidente de la Confederación Provincial de Comercios de Sevilla (Aprocom). «A nivel nacional, se pierden al año millones de euros a causa de estos robos». González considera además que esta práctica delictiva «no hace otra cosa que encarecer los costos comerciales, algo que acaba pagando el cliente». Asimismo, asegura que los propietarios de establecimientos, cada vez más, tienen que afrontar un desembolso en medidas de seguridad de todo tipo: soportes eléctronicos, láser y cámaras de seguridad, entre otros.

Entre los numerosos hurtos que se producen a diario, está el vivido por una vecina de Los Remedios cuando visitaba con su nieta de un año tiendas de la calle Asunción. Ocurrió el pasado martes, cuando P. B. F., de 58 años, entraba en una tienda de ropa de la citada vía. Mientras ojeaba una y otra prenda, una señora de unos cuarenta años comenzó a rondarla. Por su aspecto físico –y lejos de caer en estereotipos–, la mujer no levantó sospecha alguna. «Iba bien vestida y perfumada. En ningún momento me podría imaginar lo que después ocurriría», asegura.

Como se puede observar en la secuencia de imágenes sobre estas líneas, la mujer coge una camisa y, resguardando sus manos en ella, se aproxima al cochecito de bebés de su nieta cuando P. B. F. se da la vuelta. En ese momento sustrae la cartera del bolso, que colgaba del cochecito, y se aleja. «Noté que la mujer pasaba una y otra vez por mi lado. Es de lo único que me percaté», afirma. El «ataque» no quedó ahí. Volvió a los pocos minutos y, con el mismo «modus operandi», metió la mano en el bolso sacando unas gafas de sol. P. B. F. se dio cuenta de que le faltaban la cartera y las gafas al ir a pagar.

La crónica del robo se conoce al detalle gracias a la grabación de las cámaras de seguridad del establecimiento, cuyo dueño mostró las imágenes a P. B. F. para que las presentara como prueba a la Policía al denunciar el suceso.

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