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Viejas estampas de la lonja del pescado del Barranco

Hasta 1971 se mantuvo la venta de pescado en este lugar en medio de un caos de mercancía, personas y coches que sorprendentemente funcionaba pese a estar en el Centro

Viejas estampas de la lonja del pescado del Barranco abc

alberto mallado

La imagen del mercado del Barranco es hoy la de una valiosa estructura de hierro, revestida con un cuidado diseño y en cuyo interior se expenden con esmerada presentación selectas viandas, todas apellidadas con el adjetivo de moda en materia culinaria «gourmet». Es el presente de un espacio cargado de historia, que la memoria viva de Sevilla recuerda aún como un lugar muy distinto.

La lonja de pescado de El Barranco, era un lugar cargado de vida, centro de negocio, ámbito de la picaresca y un milagro de la logística entre un caos de coches, cajas de pescado y personas que atestaban un reducido espacio. La imagen no es tan antigua como podía pensarse, porque este lugar fue el mercado mayorista de pescado de Sevilla hasta 1971, cuando se inauguró Mercasevilla y se acabó con un uso de este espacio que resultaba incomprensible en esa fecha.

La estampa antes de su cierre era la de una pila de cajas de pescado apiladas, una gran cantidad de pescaderos haciendo sus compras, camiones descargando su mercancía en la calle Arjona y todo tipo de vehículos aparcando donde podían para cargar. Un caos de tráfico que provocaba un atasco casi continúo durante el tiempo que estaba funcionando la venta. A todo ello se sumaba que muy cerca estaba el mercado de entradores de fruta y verdura en el Arenal, con su notable trasiego de coches y personas.

Cambió de ubicación cuando se inauguró Mercasevilla

Desde las diez de la noche comenzaba a descargarse el pescado y a las cinco de la mañana comenzaba la venta. Todo ello con unas condiciones sanitarias bien distintas a las de hoy. Tampoco la falta de espacio y de medios permitían mucho más. Las apreturas, las condiciones higiénicas, el caos de tráfico y el olor, claro, en pleno centro de Sevilla, eran argumentos que según las autoridades justificaban de sobra el traslado, aunque este no se realizó sino mucho tiempo después de planificarse.

En cualquier caso, la lonja del Barranco dio para muchas estampas de costumbrismo y tipismo perdido en las que tanto se recrea Sevilla. Entre ellas está la llegada de pescado en barco hasta la propia ciudad. Los pesqueros remontaban el Guadalquivir y descargaban en los muelles al otro lado del Puente de Triana. Desde allí primero en carros de mulos y luego en unos camiones famosos por lo viejos y destartalados que eran se llevaban la mercancía a la lonja. Hubo hasta tres compañías que se dedicaban a esta finalidad, pero en la última etapa sólo quedaba una de ellas.

El pescado que llegaba a la lonja lo hacía principalmente de las costas de Huelva y Cádiz, algo menos de Málaga y poco de Granada. Entraba género que hoy también se consume de forma masiva como boquerones, lenguados, acedías, pijotas, jureles o pescada, también gambas y langostinos. Otras variedades que abundaban entonces hoy son muy escasas en los puestos, es el caso de los rubios, rayas, fanecas, brecas, pajeles o los «piques», cazones pequeños que solían comerse guisados. Y pescados muy consumidos ahora, simplemente eran desconocidos en Sevilla: salmón, perca, panga o el bacalao fresco.

Pero la mercancía a disposición de los pescaderos variaba mucho en función de las épocas, las pesqueras o la meteorología. Si había temporal el mercado podía pasarse días sin que entrara apenas pescado. Entonces se hacía un sorteo para determinar quienes podían comprar ese día. Al día siguiente si había escasez se dejaba comprar a los que no lo habían hecho el día anterior.

El funcionamiento normal de la lonja es que los mayoristas pusieran el precio a su mercancía, pero cuando había poca de alguna variedad o la demanda era mucha se subastaba. El vendedor señalaba la caja y alrededor se hacía un corro que iba subiendo el precio hasta que no había quien diera más.

La lonja ya tenía en su interior un bar... pero especializado en aguardiente

Las cajas se pesaban y las facturas se hacían a mano, sobre la marcha. Con ellas, los pescaderos pagaban a unos empleados de la lonja que se dedicaban a cobrar. Luego, ellos ajustaban cuentas con los mayoristas descontando la parte que correspondía al Ayuntamiento, así la administración local se aseguraba el cobro. Cada día se colocaba en varios puntos del mercado el temido «papel», una lista de los pescaderos que tenían deudas, quienes estaban en el «papel» no podían comprar.

Existía un gremio específico denominado «los gancheros», su función era arrastrar las cajas compradas con unos ganchos. Los «oficiales» trabajaban dentro de la lonja, pero luego había otros que lo hacían de puertas para fuera. Algunos de este grupo además tenían una singular habilidad para quitar algún pescado de las cajas con sus ganchos y sin que el dueño se diera cuenta. Con un rápido movimiento lo enganchaban lo escondían detrás de ellos. Luego cuando terminaba la venta algunos vendían en la calle sus capturas con el gancho.

La lonja tenía en su interior un bar, donde el consumo de aguardiente era masivo e incluso había una barbería, donde muchos usuarios aprovechaban para pelarse o afeitarse. También había una persona que se dedicaba a arreglar las cajas de pescado, entonces de madera y a las que se empleaba como «envase retornable». Entre los empleados de la lonja, predominaban la gente de Triana que la consideraban como territorio propio y una extensión de su barrio.

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