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solidaridad

Cena de Nochebuena en los comedores sociales de Sevilla

La Orden de San Juan de Dios advierte que la dureza y duración de la crisis ha cambiado el perfil de los usuarios

Cena de Nochebuena en los comedores sociales de Sevilla rocío ruz

jesús alvarez

A partir de las 12.30 empieza a formarse la cola en la puerta, una fila variopinta que irá creciendo y engordando hasta llegar a las ciento diez personas a eso de las 13.30, la hora de apertura del comedor social que hace cuatro años y dos meses abrió la Orden de San Juan de Dios en la calle Misericordia, en pleno casco antiguo de Sevilla, detrás de Las Setas. Los que esperan apenas hablan entre ellos y ninguno muestra síntomas de haber bebido. Algunos tampoco habrán desayunado. Hace frío y silencio.

La escena se repetirá esta Nochebuena en los cinco comedores sociales de Sevilla capital, que darán de comer a más de un millar de personas. Los dos de las Hijas de la Caridad (Pumarejo y la Cocina Económica de Pagés del Corro) atenderán a entre 300 y 350 personas y serán los únicos en proveer cena de Nochebuena. El de la Orden de Malta y el de Bellavista, más pequeños, saciarán el hambre de entre 220 o 230 pesonas en diferentes turnos de comida. Por ejemplo, el de San Juan de Acre ofrece una comida a las cinco de la tarde para que los voluntarios también puedan disfrutar de la Nochebuena en casa.

En San Juan de Dios de la calle Misericordia serán unos trescientos los favorecidos hoy, como cada día, por otra parte. La mayoría de los de la fila son hombres, aunque también se ve alguna mujer. Ellas suelen reaccionar mejor ante la adversidad: no les importa limpiar escaleras o cuidar a niños o a personas mayores, dicen los expertos, mientras los hombres, según ellos, son menos versátiles y se adaptan peor a los cambios. Muchos de los de la fila peinan canas y algunos llevan grabados en el rostro las huellas de vivir en la calle a la intemperie, esos surcos como arados y esa dentadura casi inexistente que da una extraña forma a las mandíbulas. Otros, sin embargo, más de la mitad, van bien vestidos y parecen oficinistas que han salido a echar un cigarro.

La mayoría de ellos no sólo lo parecen, sino que lo son. De las 1.854 personas que han pasado este año por este comedor, un 20 por ciento, exactamente 320, vivían en la calle;mientras el 80 por ciento restante tenían alguna vivienda familiar en alquiler o propiedad e incluso algún trabajo remunerado, aunque por una razón o por otra, (la normal es que sean varias que se juntan, fatalmente) no les da para llegar a final de mes. Entre ellos, hay ingenieros, médicos, arquitectos y personas con estudios de Enfermería, Magisterio o Turismo, confirma Ana Morilla, la trabajadora social de este establecimiento.

El perfil de los beneficiados

La mayoría de ellos tiene entre 40 y 50 años, pero hay usuarios de 19 años y alguno, incluso, de 88. También hay muchos extranjeros, de hasta 54 nacionalidades distintas, pero la mayor parte de los que están en la fila son españoles. «Antes no era así, ahora sí. Después, en segundo lugar, están los, hispanoamericanos», confirma Ana. La mayoría de los que vienen por aquí son familias con menores a su cargo a los que les ahogan los recibos y apenas les queda para comer. Otros son jubilados a los que no les llega la pensión.

«En 2010 eran más las personas excluidas, mal vestidas, o parados de larga duración sin ningún ingreso los que venían;ahora ha cambiado, cualquiera de nosotros podría acabar haciendo fila en este comedor. Se ha borrado el antiguo perfil del usuario de los comedores sociales. Hay gente que viene aquí desde su oficina, gente con casa y trabajo, pero a la que por circunstancias de la vida no les llega su salario —comenta esta trabajadora social. A veces incluso tienen buenos salarios, pero se han encontrado con una hipoteca o con una separación y con manutención para sus hijos, y no les llega».

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