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En el interior de la iglesia del Palmar de Troya

Así son las estrictas normas para acceder al recinto privado de la iglesia palmariana, donde el pasado día 1 se celebró una procesión presidida por su Papa, Gregorio XVIII

En el interior de la iglesia del Palmar de Troya abc

javier macías

En la oscuridad de la carretera que une Utrera con El Palmar de Troya se levantan, imponentes, las torres iluminadas de una basílica que todos conocen por fuera, pero a la que pocos han accedido. El pasado día 1 enero, la iglesia palmariana celebraba la procesión de San José del Palmar Coronado y la Virgen del Palmar Coronada.

A los bares de esta entidad autónoma de la localidad de Utrera comenzaban a llegar extranjeros, unos alemanes, otros americanos. Ellos, con pantalones marrones; ellas, con faldas hasta los tobillos de color marrón y un cíngulo, como color y hábito carmelita. Nada alteraba la vida normal del bar, situado curiosamente frente a la modesta parroquia del pueblo, de infinita menor envergadura que la basílica del Palmar. Los miembros de la banda de música de Guillena, sin distintivo alguno, esperaban allí a las nueve de la noche, la hora en la que salía la procesión. Minutos antes de esa hora, en la entrada a la finca de la iglesia palmariana, protegida por altos muros que impiden ver su interior, iban accediendo en coches (algunos de alta gama) los miembros de la comunidad.

El guarda de la puerta retenía amablemente a la veintena de curiosos que querían entrar en el recinto. Allí, el portero informaba de la normativa para poder acceder: para los hombres, pantalón largo, no vaquero, camisa abrochada hasta el último botón y los puños hasta las muñecas. Para ellas, una falda que tapara hasta los tobillos –no pantalón–, el torso completamente cubierto y un pañuelo en la cabeza que sólo dejara ver el rostro.

La procesión

Una vez superado el control, el portero da una última orden: «Apaguen los móviles», para evitar que se tomen imágenes del interior y se hagan públicas, si bien a los propios miembros de la comunidad, que se distinguen por llevar el escudo de la Santa Faz, sí les está permitido. A las nueve en punto suenan las campanas de las torres del Palmar, entonando el himno nacional. Dentro, los hombres, situados en la acera de la derecha y las mujeres, en la izquierda, forman un pasillo. Apenas hay un centenar de personas, mientras sale el cortejo. En la cabecera, una veintena de monjas, cubiertas completamente con un velo negro, incluso tapando sus ojos. Tras las monjas iba un pequeño grupo de niñas vestidas de comunión con velo blanco.

Monjas completamente veladas en la explanada de la basílica

Luego, obispos, en su mayoría extranjeros –americanos, europeos y africanos–, con la birreta roja, que preceden al primer paso: San José del Palmar Coronado. «Ya no salen costaleros, se quitaron porque decían que venían borrachos», cuenta un curioso que ya conocía el funcionamiento de la iglesia palmariana. Los pasos van ahora con ruedas, con un sistema que hace que al tercer golpe de martillo se levante «a pulso» y, a la voz del capataz –con acento extranjero–, comience a andar. Alguien, debajo del paso, lo va conduciendo siguiendo unas rayas pintadas en el suelo.

El conjunto de San José con el niño es impresionante. Túnicas ricamente bordadas y un paso completamente plateado. Luego sale la Virgen, que se sitúa justo detrás. El palio es igualmente espectacular: blanco, profusamente bordado en oro y marfil, con un manto que más quisieran algunas cofradías de Sevilla. La Virgen del Palmar, eso sí, de dudosa calidad artística, porta una corona de oro repleta de joyas.

El palio de la Virgen del Carmen, profudamente bordado

Tras el paso, la banda de Guillena, sin distintivo alguno, que lleva años acompañando a estas imágenes con marchas como «Coronación de la Macarena» o, incluso, los sones flamencos de «Reina de San Román», con el escaso público aplaudiendo los momentos fuertes de las composiciones.

Y el Papa...

Sin duda, lo que resultaba más estrafalario era ver, tras el manto de la Virgen, a un hombre vestido de Papa, con todos sus avíos: el solideo blanco, la mitra y el báculo y una capa pluvial bordada, sostenida por dos cardenales que lo acompañaban. Tras él, todo el colegio cardenalicio del Palmar.

La procesión, que da una vuelta al templo, se detiene en cada extremo como formando una cruz, donde ambos pasos se sitúan uno al lado del otro y el Papa acude a incensarlos, rodeándolos hasta en tres ocasiones, tras lo cual pronuncia los vivas a las imágenes. Finalmente, un cardenal con acento anglosajón grita «¡Viva Su Santidad el Papa Gregorio XVIII!». Su nombre es Sergio María, ex militar procedente de Murcia, elegido tercer Papa de esta iglesia cismática.

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