«En el campo de concentración estábamos acostumbrados al olor de la muerte»
Hetti Verolme, judía belga, estuvo dos años en el campo nazi de Bergen-Belsen, el mismo de Ana Frank

A Hetti Verolme, de 84 años y que logró construir una vida de éxito en Australia partiendo de la nada en que la dejaron los nazis, no se le olvida ni un solo día lo vivido en el campo de concentración de Bergen-Belsen, el mismo en el que murió Ana Frank, desde 1943 a 1945. «Es como si hubiera ocurrido ayer», ha comentado a ABC durante su visita a Sevilla, aunque no guarda ningún odio a sus verdugos, a los que vio cometer las mayores atrocidades imaginables. «Odiar es malo: es como un veneno que carcome por dentro. Yo quiero estar del lado del amor, no del odio». «Hasta hice amigos alemanes en Australia», dice con habla despaciosa.
En su libro «Hetty, una historia real» (Almuzara) retrata a los nazis como individuos sin el más mínimo sentimiento de humanidad ni compasión. «Yo no puedo olvidar, nadie podría olvidar eso y por esa razón he escrito este libro, para que otros niños sepan cómo nos trataban los nazis y para que conozcan las consecuencias de los prejuicios y el odio». Oficiales de las S.S. se la llevaron a ella, que tenía 12 años, y a su familia de su domicilio en Amsterdam. Había entonces 105.000 judíos en la capital holandesa. Sólo pudieron volver 5.000, tras el fin de la guerra. Los cien mil restantes murieron en campos como Bergen-Belsen.
En una entrevista con ABC, señala que no era fácil dormir en aquel campo: «A veces te encontrabas con gente muerta al lado cuando te despertabas. Unas cuarenta mil personas murieron en el campo antes de la liberación y unos catorce mil murieron unos pocos días después de tifus y otras enfermedades, pero yo me sentía afortunada porque fui a la Casa de los Niños».
La Casa de los Niños
Ese barracón, de nombre tan poético, en el que llegaron a vivir 42 niños, según Hetti, era la tarjeta de presentación de los nazis cuando llegaba alguna delegación de la Cruz Roja a inspeccionar los campos. Era lo único que estaban dispuestos a enseñar para ocultar las monstruosidades que se cometían en el resto del campo, con unas condiciones de vida peores que las de cualquier perro callejero del suburbio más infame. «En un barracón preparado para acoger a 120 personas como máximo dormían 700 personas», afirma Hetty. «De los 42 niños de la «casa», solo dos murieron. Yo fui como una pequeña madre para ellos».
Hetti asegura que a Ana Frank «la vi alguna vez, pero no tuve oportunidad de hablar con ella porque ella estaba en otro barracón y en otra clase distinta a la mía. No tuvo tanta suerte como yo».
Uno de sus recuerdos más indescriptibles guarda relación con el olor de la muerte. «Estábamos tan acostumbrados a ese olor que no sé cómo describirlo. Era un olor normal para mí. Cuando logré salir, me di cuenta de que no». Cuando llegaron los ingleses al campo de Bergen-Belsen miles de cadáveres se hacinaban en la carretera que conducían al oprobioso lugar. El libro de Hetti Verolme recoge una foto espeluzante tomada por las tropas de liberación en la que un niño de su edad paseaba junto a pilas de cadáveres, algunos perfectamente vestidos. «Sólo pude sonreír cuando vi al primer soldado inglés llegar al campo de concentración. Antes no pude», concluyó.
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