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FERIA DE ABRIL DE SEVILLA

Dualidad sevillana en el final de la Feria de 2017: no se fue de vacío aunque hubiera casetas desiertas

Este sábado hubo dos ferias sobre el tapete de amarillo albero

Un camarero cierra una caseta este sábado en la Feria VANESSA GÓMEZ

FRANCISCO ROBLES

A la Feria se puede ir con dinero o con la poca vergüenza que estila el gorrón, con corbata o a pecho descubierto , en metro o alzado en el trono efímero y rodante del carruaje. Pero hay algo imprescindible para entender la fiesta que refleja el carácter voluble de una ciudad entregada a la apariencia. A la Feria hay que ir limpio de prejuicios . Quien acudiera este sábado esperando un real más muerto que vivo se llevó una decepción. Y quien fue para comprobar que este nuevo sábado de cerrojazo iba a suponer la resurrección de la fiesta, también.

Este sábado hubo dos ferias sobre el tapete de amarillo albero. Dualidad sevillana donde las haya. Por un lado, la Feria de las casetas donde se daba cita un personal ajeno a la tristeza que crece en las yemas que marcan el arbóreo final de las fiestas sevillanas. Los últimos langostinos y las postreras botellas de manzanilla que alumbraban el sol viejo de las despedidas. Y por el otro, el vacío barroco de las casetas abonadas al hueco de su propia sombra. Ahora que vengan los feriólogos a interpretarlo.

A las cinco de la tarde se veía la ultraísta sombra de los farolillos sobre el rubio albero. Esos adornos venecianos proyectaban el reverso de la luz envolvente para la que están destinados. A la Feria se le veían las costuras del vacío . Y eso era terriblemente bello bajo un cielo azul que iba del murillesco celeste al poético ultramar. El paseo de caballos era relajado, acompasado a la lentitud de unos carruajes que fluían sin bullas. Hacía calor sin pasarse. Y la tarde no sonaba a preámbulo del definitivo ocaso, sino a todo lo contrario.

En estas ferias traspasadas por la tecnología lo virtual forma parte de la realidad. El teletipo de las amapolas tuiteras repicó en el móvil con una foto donde aparecían los encargados de anunciar todo esto. La semilla regresó en el momento destinado a talar el árbol del sueño. La mano que pintó el cartel donde se guardarán ruanes y lunares a partir de hoy. Y la voz de quien anuncia la muerte piadosa del Cristo con la fuerza del Miura que hoy morirá en el Baratillo. Esta ciudad está tejida con alegorías y connotaciones que le extraen a la realidad el zumo anaranjado de la belleza plástica y poética.

Esa belleza se remansó este sábado para dar una lección a los que se empeñan en calcular la hermosura con la abstracción aritmética de las cifras absolutas. A ver, señores del Ayuntamiento, que la belleza no se mide por kilos de basura, ni la personalidad de una ciudad por los viajeros de Tussam. Que Sevilla no es una ciudad cualquiera, sino la bella dama que resiste el Discurso de la verdad de Mañara , y el de la mentira que le escribió Romero Murube . De los rosales del Hospital de la Caridad a la fuente inagotable del Jardín de los Poetas. Eso es la Feria. Verdad que se escapa y mentiras que se van recitando los místicos en el rincón de la caseta.

Fue lo que pasó a la hora de los toros en la esquina abelmontada que corta el ángulo con Bombita . Los místicos están hablando del Cachorro que asistió al último fogonazo del Pasmo de Triana que nació en la calle Feria. Sí, del Cachorro. Cómo en el libro de Núñez de Herrera que concentra en sus páginas la esencia de la ciudad donde el tiempo fluye y vuelve a pesar de los relojes. Quien caminaba por las calles con nombres de toreros imaginaba el albero baratillero bajo sus pies. Lentitud de nube antigua en el cielo limpio. Casetas desiertas como un corazón que espera. Un sol de plomo se despide de las lonas que dan al poniente infernal de los cacharritos. Ahí se rompe la magia y bulle el ruido. Pero eso les da igual a los místicos que se empeñan en buscar el Amor y la Buena Muerte en el perfil postrero de la tarde con la manzanilla y el jamón por testigos.

La Calle del Infierno está repleta de sol y calesitas. Ambiente festivo total. El Real empieza a revivir cuando la tarde le saca el fuego dorado a las lonas. Se come a las siete de la tarde. Por un momento parece que estamos en los primeros días, pero luego aparece el hueco mellado de una caseta vacía y ese esplendor se difumina. A las nueve, con la portada doblemente encendida por las bombillas y el lubricán, la gente seguía llegando por el afluente de Asunción. La última noche se disponía a estallar con los fuegos de artificio. Una feria más y un año menos. Mañara en las rosas del recuerdo y en las espinas de la ausencia. Valdés Leal cogió el pincel. Sic transit Feria mundi.

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