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El Camino de un sevillano hacia la esperanza contra el cáncer

Diego Cordero, entre sesión y sesión de quimioterapia, ha realizado el Camino de Santiago en bicicleta para concienciar sobre la importancia del deporte para frenar la enfermedad

Diego Cordero, paciente de cáncer, ha realizado el Camino de Santiago desde Sevilla en apenas nueve días ABC

ROCÍO VÁZQUEZ

«En las salas de quimioterapia hay demasiados ojos tristes», se repite tras cada sesión Diego Cordero mientras camina, desde el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla hasta su casa en Mairena del Aljarafe. Tantas miradas sin luz, tan pocas sonrisas y ganas, esos ánimos bajos y la esperanza casi ausente en los hospitales en los que se batalla contra la enfermedad cuyo nombre todavía aterroriza, se han convertido en la obsesión de este hombre de 58 años.

A Diego le diagnosticaron su primer cáncer , de colon, hace cuatro mayos. Hacía meses que su cuerpo le estaba avisando de que algo no iba bien. Las pruebas despejaron todas las dudas: había que operar urgentemente. El día del diagnóstico fue el inicio de una nueva vida. De otra existencia. De principios renovados, de distintas metas. Y en esas continúa. Su empresa requiere de la implicación y el esfuerzo de muchas personas, aunque es de base muy sencilla. Diego Cordero se ha propuesto convencer a sus compañeros de lucha de la importancia de hacer ejercicio físico para superar la enfermedad. «Hay demasidas miradas tristes...», le retumba.

15 minutos al día, una rutina de un corto paseo alarga la vida y la hace más llevadera. «El deporte, una buena alimentación y el equilibrio emocional son clave para la recuperación», sentencia. A él, asegura, el ejercicio le ha permitido zafarse de la muerte y le ha convertido en un caso casi inexplicable para la ciencia. Este comercial médico padre de tres hijos no pretende que nadie le emule. Sólo que los pacientes implementen una caminata en sus tratamientos contra el cáncer. Levantarse del sillón con determinación es el primer paso de un recorrido que, insiste, no tiene por qué ser desgraciado.

Lo suyo es de otro planeta, resulta muy improbable igualar sus marcas. Y aunque pueda parecer imprudente, cuenta con el beneplácito de sus médicos, para los que tiene cariñosas palabras de agradecimiento. Diego no solo recorre a pie la docena de kilómetros que separan el hospital de su casa después de recibir la quimioterapia. Separado en tres ocasiones, ha vuelto con una vieja compañera: la bicicleta. Subido en ella, multiplica por dos o tres los kilómetros que puede realizar al día. «Cuántos ojos tristes se ven en las salas de quimioterapia...», piensa a cada pedalada.

Diego, el día que inició el Camino ABC

«Mientras tengas fuerzas, sigue caminando», le han dicho los facultativos. Hay que verle para creerlo. Su apariencia dista mucho de la imagen desmejorada que se pueda pensar de un paciente que apenas cuenta con un par de semanas para recuperarse entre sesión y sesión de quimioterapia. No ha perdido el cabello, luce un moreno de ciclista y su charla está plagada de planes de futuro.

Su última hazaña ha espoleado definitivamente a Cordero en su propósito de sumar pasos. Acaba de llegar de Santiago con su compostelana tras realizar casi 1.000 kilómetros en bicicleta . Desde Mairena del Aljarafe hasta la plaza del Obradoiro junto a un viejo amigo vasco, Juan Ramón, al que, presume, ha dejado atrás en más de una ocasión durante el Camino. Tras pedir permiso al oncólogo que lo trata, Diego se enfundó en sus mallas y se puso a pedalear. Sólo disponía de nueve días para completar el recorrido. A la vuelta le esperaba otra sesión en esa sala donde abundan las miradas desesperanzadas.

La falta de jornadas ha obligado al ciclista y su compinche a alargar la distancia recorrida al día. Han tenido etapas de más de 120 kilómetros y han soportado el frío, la lluvia y los terrenos enfangados en varios puntos del camino. Lo peor, cuenta, el dolor en las nalgas provocado por tantas horas sobre el sillín.

Nada que ver con las piedras que el cáncer le ha colocado a lo largo de estos cuatro años. Una infección tras la primera operación le mantuvo durante días al borde de la muerte. La quimioterapia funcionó y el cáncer de colon retrocedió, pero dos años más tarde, la primera recidiva. El riñón . Diego, al que siempre le había gustado el deporte, ya se había obsesionado con la bicicleta y las largas caminatas. No se iba a arredrar, aunque los tumores no le dieron tregua. Otra recidiva apenas dos meses después: ahora en la aorta. Y una última, hace meses, metástasis en el pulmón. El corredor no dejó que su mirada tornase triste en la sala del hospital donde recibe la quimioterapia, pese a que perdiera el equilibrio, nunca se cayó. «Deporte, alimentación adecuada y estabilidad emocional», destaca. Cordero se rehizo y, sorprendentemente, hace escasas semanas recibió una excelente noticia: otro cáncer en retroceso.

Con su compañero de viaje, en Salamanca ABC

El paciente, de origen extremeño (Valencia de Alcántara, Cáceres) aunque sevillano de adopción, quiere que su historia sirva de ejemplo para otros muchas personas que se encuentran en una situación similar. No quiero protagonismos, ni ninguna contraprestación económica. Solo busca altavoces para contar su experiencia y las bondades del ejercicio físico. Para gritar también la importancia del cariño de los familiares y amigos de los pacientes, pero sobre todo, del ímpetu que éstos le tienen que imprimir a su deseo de ganar al cáncer, que, dice, «siempre está ahí». « No sólo los famosos luchan contra esto y pueden dar ejemplo» , destaca.

Como corredor de fondo, dispone de grandes dosis de constancia. Llamará a todas las puertas que haga falta, solicitará sin vergüenza colaboración y se vaciará para cumplir su propósito: «15 minutos, 30, lo que cada uno pueda, pero hay que ponerse en movimiento para contraatacar al cáncer». Hasta baraja la idea de un libro donde volcar su historia . Un libro que, quizá, podría estar en las mesas de la salas donde hay demasiados ojos tristes.

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