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UN EMBLEMA DE SEVILLA

Cierra el bar sevillano La Alicantina y ahora se replantea su futuro

El inquilino que explota el negocio dice que no puede afrontar la actualización de la renta

El bar La Alicantina, en la plaza del Salvador de Sevilla, ya cerrado PEPE ORTEGA

AMALIA F.LÉRIDA

El emblemático bar sevillano La Alicantina ha cerrado sus puertas y así seguirá hasta que se decida cuál será el futuro de esta firma que en 2001 pasó a manos de otros empresarios ya que la dueña decidió alquilarlo con la condición de que conservara su solera y su nombre.

Durante 15 años el negocio de la plaza del Salvador ha estado explotado por Antonio Palomino que ahora lo deja porque no puede hacer frente a la renta que le pide su casera.

La que pagaba no era antigua, sino de mercado, «y era capaz de afrontarla pero ahora la ha multiplicado y multiplicado y eso no se puede costear», dijo ayer a ABC el empresario del gremio hostelero.

Manuel Postigo, María Teresa Pérez García y el encargado, Valentín González González, delante del bar en el año 1988 ABC

«Son 70 metros cuadrados de local —siguió— y se avecinan una serie de cambios con las ordenanzas de ruido y veladores que, la verdad, hacen inviable que yo me pueda quedar con el negocio».

Agregó que desconoce qué actividad se va a implantar en el local aunque sí aseveró que hay quien ha aceptado el dinero que se le ha pedido por el alquiler.

«Yo lo que quiero es que La Alicantina como tal no se pierda y quede en la plaza », matizó.

De momento, el local, propiedad de María Teresa Pérez García , está cerrado a cal y canto a la espera del habitual acondicionamiento que precisa un inmueble cuando cambia de inquilino y no se sabe si la firma perdurará y con qué tipo de negocio pero es intención de la propietaria que persista en Sevilla el legado de su marido, Manuel Postigo. Él fue quien en 1963 tomó las riendas del bar que abrió sus puertas en 1922 como una horchatería.

Su riquísima ensaladilla, los picos, las gambas blancas, las bocas, las cañaíllas y toda la variada gama de exquisiteces persisten en la memoria de muchos sevillanos que pasaban allí mañanas de domingos, mediodías laborables, noches de verano, de invierno, de otoño... bajo la mirada atenta de Manuel Postigo , que con su limpieza, disposición y peinado impecable —la gente le decía a María Teresa que cómo le hacía la raya del pelo— no se apartaba del negocio.

Con él estaba su mujer, el encargado, Valentín González González , y un personal que sacaba adelante la faena de cada día ilusionado por formar parte de esa empresa familiar. Cuando María Teresa enviudó, cansada ya de tanto trabajar, decidió alquilarlo a AntonioPalomino con la condición de que mantuviera su personalidad y su recetario , algo a lo que este empresario se comprometió en su día.

Es más, dijo que «si hay modificaciones serán imperceptibles».

Ahora, la fachada ya no es lo que era ni la plaza. La imagen del enclave ha cambiado. Sin sus veladores, sin sus clientes y sin sus tapitas en platitos ovalados de loza blanca .

No sería de extrañar que en poco tiempo se reabra pues, según ha podido saber ABC, pretendientes no le falta ni a la familia ganas de que el negocio perdure en Sevilla, una ciudad que en los últimos años ha ido viendo desaparecer de su paisaje tiendas de toda la vida.

El último que dio cerrojazo el pasado mes de mayo fue la calentería del Postigo que dejó a Sevilla sin sus celebrados calentitos .

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