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SEGURIDAD

Gorrillas, la coacción perpetua de Sevilla

Ni ordenanza ni multas ni zona azul disuaden a los aparcacoches ilegales, que organizados en mafias o por libre reclaman su «impuesto revolucionario»

Un gorrilla da indicaciones a un vehículo JUAN FLORES

EDUARDO BARBA

Pocos problemas han permanecido tan inmutables en la capital andaluza como el de los aparcacoches ilegales que pueblan sus principales vías. Los famosos gorrillas son ya, de hecho, algo más que un mal endémico y sonrojante. Erigidos en triste seña de identidad sevillana, estos individuos de aspecto marginal campan a sus anchas intimidando a conductores con su petición de dinero a cambio de un supuesto auxilio para encontrar aparcamiento, dirigir la maniobra del mismo o —lo que aún es más chistoso— o vigilar el vehículo mientras su responsable está ausente. Si no hay monedas… peligro. Esta actividad tan básica y evidente a los ojos de cualquiera, en plena calle, se perpetúa ante la ineficacia del Ayuntamiento y los alcaldes que poco nada han hecho para acabar o al menos mitigar la proliferación de estos «auxiliares», que se han convertido en parte del paisaje urbano de Sevilla merced a ese fracaso municipal. La desidia con la que los gobiernos locales tratan este asunto es enorme y la imagen de la ciudad no ha dejado de erosionarse pese a su pujanza turística.

Ninguna de las medidas aplicadas por el Ayuntamiento —alguna con llamativa tibieza— ha dado el resultado esperado ni de lejos. Ni el mayor número de sanciones ni la ordenanza antivandálica ni los convenios con las asociaciones de desempleados para regularizar de algún modo a los guardacoches. Únicamente la implantación de la zona azul —nuevos pagos para el ciudadano— en barrios como Nervión o Bami , donde el problema tenía mayor afección extramuros, ha aliviado la presencia de los aparcacoches durante unas horas. Pero cuando por la tarde concluye el horario de estacionamiento regulado, se abre la veda de nuevo para el gorrilla en esas calles. Allí donde hay demanda de sitio para aparcar, allí aparecen. La zona azul sólo ha variado el panorama diurno .

El único instrumento que prácticamente ha quedado es el de las sanciones con la base de la ordenanza antivandálica . Pero denunciar a una persona que vive en la calle o es insolvente, como la mayoría de los aparcacoches ilegales, es una medida que se antoja poco menos que absurda. Nadie las paga . Si el gorrilla no tiene domicilio fijo, la sanción no se le puede ni notificar; y cuando lo tiene pero no dispone de nada a su nombre que se le pueda embargar, no es posible cobrarle.

A quienes sí han perjudicado las multas de los últimos años es, paradójicamente a los aparcacoches que llegaron a estar legalizados o regularizados, los conocidos como «vovis», de entidades como PM40 o Asic . Como el Ayuntamiento no renovó los convenios con las asociaciones, los miembros de éstas pasaron a considerarse ilegales, exactamente igual que los gorrillas. Solo que en este caso se trata de personas con cargas familiares, muchos de ellos parados de larga duración, que, además, tienen domicilio, con lo que sí les llegan las multas. Que, por tanto, acaban sobre las espaldas de aparcacoches con un horario e incluso uniforme. Los «vovis» deben pelear por cada calle, cada manzana y cada plaza de aparcamiento con gorrillas en una especie de selva ante la atónita mirada del ciudadano , que se limita a soltar su euro para no ver peligrar la integridad de su vehículo; o la suya propia. Incluso se han organizado en una especie de mafias que controlan las zonas por turnos, se reparten descampados conocidos o dividen luego las ganancias.

La resignación es la nota dominante en todos los testimonios recogidos por ABC. Entre los vecinos, sus asociaciones y entidades, y también entre comerciantes de las zonas con mayor afección de este fenómeno. Repartidas por toda la ciudad y, muy especialmente, en el entorno del casco histórico, las zonas más comerciales y los polos de atracción de los dos grandes hospitales sevillanos, el Virgen del Rocío y el Virgen Macarena.

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