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Hytasa, el sueño de la industria textil sevillana que se tornó en pesadilla

Se acaba de cumplir el 75º aniversario de la puesta en marcha de los telares del Cerro del Águila

Una de las naves de Hytasa meses antes de su cierre definitivo a finales de la década de los 90 ABC

MANUEL MARÍA BECERRO

Hace 75 años, concretamente a las 6 de la tarde del viernes 13 de junio de 1941 (la coincidencia con la festividad de San Antonio no es casual), empezaron a funcionar las primeras máquinas en la fábrica de Hilaturas y Tejidos Andaluces , la mítica Hytasa, protagonista de una auténtica revolución industrial en plena posguerra que ha marcado a fuego la historia del barrio de El Cerro del Águila y de la capital hispalense hasta nuestros días.

El promotor de Hytasa fue el general Gonzalo Queipo de Llano , quien de hecho puso la primera piedra en 1938 . Tras el alzamiento militar —al que se sumó con mano de hierro—, y como la industria textil catalana había quedado del lado republicano , se reparó inmediatamente en la urgencia de promover la siembra masiva de algodón y de poner en marcha telares y desmotadoras para surtir de camisas nuevas al ejército franquista.

La sociedad ya estaba constituida en el 37 , pero sus principios no fueron fáciles: Queipo tuvo que gestionar la compra en Suiza de la primera máquina que llegaría a las naves de Hytasa sorteando las dificultades derivadas del cierre de fronteras por el conflicto bélico. El país también se arruinó con el enfrentamiento civil e incluso la explosión del cercano polvorín de Santa Bárbara el 14 de marzo del 41 obligó a reponer los cristales reventados y a posponer el arranque de la industria textil sevillana, que al final se produjo casi dos años después de terminado el conflicto nacional aunque en mitad de la II Guerra Mundial .

La inauguración oficial se demoraría otros dos años. Franco visitó por vez primera Hytasa el 3 de mayo de 1943 , regresando una década más tarde. Las crónicas de la época describen el frenesí tanto de los obreros como del público en general que vitorearon «hasta enronquecer» al Caudillo, quien les brindó el saludo fascista . «Tres centurias de aprendices entonaron con gran disciplina diversas canciones del Frente de Juventudes », recuerda la hemeroteca.

En las pañoletas de las primitivas naves aún queda algún resto del barniz industrial que se suele utilizar para pintar el fondo de los barcos pero que en Hytasa se empleó para trazar vítores a Franco y proclamar su lema de «¡Arriba España!», unas pintadas muy resistentes al paso del tiempo que de hecho se han mantenido perfectamente visibles hasta poco antes de la entrada en vigor de la Ley de Memoria Histórica de Zapatero que obliga a retirarlas.

Crecimiento vertiginoso

Cuando la fábrica se puso en marcha, contaba con 32.000 metros cuadrados, 600 telares automáticos y 5.000 husos de hilar algodón. El capital social inicial ascendía a diez millones de pesetas . Como se le otorgó el monopolio algodonero nacional (nadie lo podía exportar ni venderlo a otra empresa), el negocio se expandió a una velocidad de vértigo, multiplicando suelo, telares y husos y haciendo que proliferaran desmotadoras por toda la Andalucía occidental: Sevilla capital, Lora del Río, Arahal, Utrera, Huelva o Escacena del Campo .

Se instaló también una central térmica Brown Boveri de 5.000 vatios hora para, «mientras toda España trabajaba con limitaciones», poder mantener los tres turnos. Antes de que existiera el seguro obligatorio de enfermedad, la plantilla también contaba con servicio médico . Aparte (tras colas interminables, eso sí), accedían en el economato a «un magnífico pan blanco» justo cuando sólo el integral se estaba racionando en cupones .

En la España autárquica y con el respaldo decidido de la dictadura, ese modelo podía cuadrar a la perfección. Pero cuando el país se empezó a abrir al mundo, nada más liberalizarse el mercado del algodón permitiendo a los productores vender a quien quisieran, Hytasa descubrió la debilidad de su posición porque la maquinaria , que nunca se renovó, había quedado obsoleta por completo.

Portada de una protesta de los trabajadores

El vértigo empezó en los 70, en las postrimerías del régimen . Los sindicatos se hicieron fuertes y en plena Transición forzaron la intervención del ministro de la UCD Fernando Abril Martorell , quien expropió la fábrica a los descendientes de Prudencio Pumar pasando la sociedad a manos de Patrimonio del Estado . Aún recuerdan los antiguos trabajadores las visitas de Felipe González a finales de la década, o a Alfonso Guerra encaramado en el techo de una furgoneta para proclamar a voz en grito: «¡Hytasa ha sido hasta ahora como una cárcel para los trabajadores! ¡Nosotros estamos dispuestos a echar toda la carne en el asador !».

Tras la victoria socialista

La llegada del PSOE al poder no calmó los ánimos en la plantilla. En mayo del 85, Carlos Solchaga soltó en Sevilla que la situación de la empresa era inviable, abogando por una reprivatización que en principio fue muy mal recibida por la Junta de Andalucía pero que acabó cuajando en 1990 y aupando a la dirección de la empresa a dos antiguos altos cargos autonómicos : el ex director general de Industria Fernando Feijoo y el otrora consejero de Salud Pablo Recio .

Fueron los tiempos de Mediterráneo , en el que se denunciaron pelotazos absolutos con el patrimonio de Hytasa que nunca se terminaron de aclarar del todo. El fiasco duraría hasta finales del 95. El compromiso inicial era que la plantilla permanecería inalterada pero durante ese periodo, y bajo la tutela de la Junta, se redujo a la mitad : de 1.150 a 550 empleados.

La puntilla llegó desde Bruselas , que en abril de 1996 exigió a España la devolución de los 4.200 millones de pesetas repartidos en ayudas públicas tanto a Hytasa como a Intelhorce. Aun así, hubo una última intentona de reflotar la industria textil sevillana: Hytasal . Los trabajadores calculaban que podrían empezar a producir en dos años pero a sabiendas de que dependían principalmente de la agilidad de la Administración Pública en facilitarles la propiedad del suelo . Pero los tiempos y las inversiones no se pudieron acompasar y las ilusiones se desmoronaron definitivamente.

Entrada a la factoría en los tiempos de la sociedad anónima laboral

La historia tiene su epílogo, porque en una de las antiguas naves se está intentando asentar desde hace años un macrovivero de setas . Con 40 empleados, aspiran a poner en el mercado más de mil kilos de hongos al mes. Porque el objetivo es asegurar la rentabilidad del negocio: nadie mejor que ellos saben lo que les espera si no.

Una muerte «a pellizcos»

Testigo excepcional de los avatares de Hytasa es Toñi León , quien presidiera el consejo de administración de la SAL. Empezó a trabajar en la factoría en los 70 y es capaz de repasar, década a década, el descarrilamiento del sector textil sevillano.

«Los 70 y 80 fueron la muerte a pellizcos: nos levantábamos todos los días con que se cerraba. Y tras la privatización se incumplieron todos los acuerdos para el mantenimiento del personal», rememora la histórica dirigente sindical, que atribuye la renuncia definitiva a los telares a la desregularización absoluta en China : «Allí hay gente que duerme en las fábricas y trabaja desde los cinco años por un plato de arroz ».

Sus reproches políticos son más a los partidos que a los dirigentes. « Javier Arenas , por ejemplo, asumió toda la negociación, con Amalia Gómez como nuestra gran valedora . Pero después lo quitaron de ministro de Trabajo, y encuentras caras nuevas a las que tienes que explicárselo todo otra vez...», sintetiza León.

Un barrio en paralelo

El Cerro del Águila creció exponencialmente con el boom textil. Si en el año 30 no llegaban a 2.500 los vecinos censados, en 1945 ya vivían allí 14.334 sevillanos de antiguo o de nuevo cuño, que muchos llegaban de los pueblos huyendo del hambre .

La población se asentó y el barrio arrancó los 70 con 20.804 domiciliados aunque entraría en crisis paralelamente a la caída del sector industrial, amortiguado con la nstalación de dos consejerías de la Junta. El año pasado se contabilizaron 12.130 residentes . El precio de los pisos ronda los 100.000 euros .

«Por el éxodo rural aquí predomina la casa de autoconstrucción y una convivencia vecinal que recuerda a la de los pueblos», explica Carmen Petit, presidenta de la asociación de vecinos Parque Estoril, inmersa ya en los preparativos del también 75 aniversario de su afamada Velá , donde recordarán los grandes hitos del barrio, como la lucha para mantener como zona verde los terrenos del antiguo campo de fútbol .

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