Hazte premium Hazte premium

Miguel Vargas Jiménez, un Bambino de Utrera

Pepe Camacho sostiene que, pese a que lo sentaron en muchos tronos, su reino fue el del compás

En el pub Adriano de Sevilla, Bambino y su compadre Pepe Camacho, propietario del local, posan tras organizarle un homenaje a la actriz Florinda Chico ARCHIVO PEPE CAMACHO

FÉLIX MACHUCA

En la sala Xairo, no muy retirada de la Puerta del Sol , estaba cuajando una de esas actuaciones suyas que, de boca en boca, iba multiplicando el prodigio de su arte. El flequillo, como el de un artista pop. Sus dedos para acompañarse palilleando en el baile. Su figura, la de un juncal narciso. Y de repente, de entre el público, la señora de un potente empresario hispanoamericano se levanta, se va hacia él y le regala un anillo de diamantes donde brillaban todos los luceros del firmamento. Bambino se lo agradece, pero lo rechaza. Se levanta también el esposo de la fan y le pide, por favor, que lo tome, que es un regalo de admiración, la única forma de pagarle tanto como les da, una manera como otra cualquiera de decirle al artista voy a perder la cabeza por tanto amor como pones en hacernos felices. Bambino, finalmente, aceptó el obsequio. Semanas después lo tenía un matrimonio amigo suyo, con ocho hijos y sin más techo que el sereno, con hambre para después de una guerra.

Así era aquel chico de Utrera que tenía compás para dar y regalar. Adaptando boleros, rumbas y cuplés a los palos del flamenco . Y convirtiendo la versión de un tema de Renato Carosone que le había escuchado a Diego el de la Gloria en un potaje de Utrera en uno de sus preferidos. El tema se llamaba «Guaglione». Y los coros cantaban «bambino, bambino». Gustó tanto que aquella canción italiana lo bautizó para siempre.

Nunca atravesó el charco. Le tenía mucho respeto a la altura. Y eso que la suya era vertiginosamente dramática, como alguna de las letras de desamor y reveses sentimentales que tanto le gustaba interpretar. «Soy ese amor que negarás/para salvar tu dignidad/ soy lo prohibido». Y sobraban las palabras para entender lo que otros sufrían en silencio. El amor imposible. El encuentro furtivo. El tabú social. Un armario repleto de frustraciones y sentimientos encerrados. Pero Bambino tomaba banderas sin tener que ir a ninguna guerra. Lo hacía con elegancia y convencimiento. Sabedor que tras lo prohibido estaba la verdad universal de sus confesiones cantadas: «Soy el vicio de tu piel/ que ya no puedes desprender…» Y el Bambino de Utrera creció para tener lo que hay que tener y decirle al hombre más poderoso de la televisión de su tiempo, el mismo que le dijo que compareciera en su programa en «playback» o no se asomaría más a la televisión, que él cantaba de verdad, que la misma canción no la hacía igual dos veces y que, si no lo llamaba para la caja tonta, se podía meter el gato muerto que tenía por bigotes por donde mejor le cupiera.

Su compadre Pepe Camacho sostiene que, pese a que lo sentaron en muchos tronos y le ciñeron variadas coronas, su reino fue el del compás . Ni de la rumba, ni del bolero aflamencado . El rey del compás. Y mucho tenía que llevar en su sangre gitana, que, por cierto, jamás convirtió, ventajosamente, en un tema de mercadillo étnico para que Moncho enloqueciera con su estilo. Gitanillo de Triana se lo llevó a Madrid para que actuara en el tablao de Pastora Imperio, «El Duende», donde cada noche invocaba al suyo descolocando a sus incondicionales. ¿Quién era el que cantaba y bailaba? ¿Un corifeo de una tragedia de Sófocles? ¿Un gitano arrebatao por los celos y la perfidia? ¿O un bolerista yucateco envenenado por el azufre de una bulería? El que cantaba y bailaba era simplemente Bambino. Un artista que mandaba sobre el tiempo.

El único disco que le produjo Gonzalo García Pelayo , «Soy lo prohibido», pasa por ser una joya exquisita de su discografía. Llegó el comandante y mandó parar tanto y tan mal como se solían grabar a los flamencos. Sin orden ni control. Imponiéndose el garabato sobre el canon. García Pelayo le puso a Tito Duarte en la percusión . Y a Manolo Toro con el bajo eléctrico . Luego, al jaleo, a los de las palmas, los coros y los bongós con sus micros a la convenida distancia por orden de autoridad artística. Las guitarras se oían como Dios manda. Y el disco es una fantasía de sonidos y de temas donde García Pelayo cree haber encontrado la altura más grande que dio Bambino en su carrera, una doble bulería paridas a raíz de dos rancheras, «Cuando el destino» y «Pobre del pobre». El súmmum. Para tirarte de cabeza al barranco. Bambino ganó dinero, le compró a Frasquita, su madre, una casa en Utrera y él se pudo ir al coro de los ángeles del cielo sabiendo que allí, por amor, nada está prohibido…

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación