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REPORTAJE

Rechazo en el barrio de Sevilla donde vivía La Manada

Los familiares de los condenados rehuyen a los medios pero en Parque Amate y Santa Aurelia ayer los vecinos sólo tenían un tema de conversación

Una de las concentraciones contra la sentencia RAÚL DOBLADO

MERCEDES BENÍTEZ

Rechazo es la palabra con la que puede definirse lo ocurrido desde ayer en el barrio donde vivían José Ángel Prenda, Ángel Boza, Antonio Manuel Guerrero , Alfonso Jesús Cabezuelo y Jesús Escudero, los cinco jóvenes condenados por abusos sexual. Rechazo porque los familiares no quieren hablar (alguno casi dio con la puerta en las narices a la prensa), rechazo porque los vecinos tienen sentimientos que van de la sorpresa al miedo a identificarse. Y rechazo porque son muchos los que creen que la sentencia de sólo nueve años debió ser más grave. También los hay que los defienden.

Francisco, un joven de Su Eminencia, que conoce a Cabezuelo, uno de los condenados, comentaba lo ocurrido con unas amigas en la calle Amor, en los jardines que hay junto al bloque de pisos de los del Ministerio de la Vivienda y que todavía conserva el yugo y la flecha. Por esa portería, rodeada de zonas verdes, salió una familiar de Cabezuelo que sólo dijo una frase: «¿Nos podéis dejar tranquilos de una vez?» . Es que es de la familia de Cabezuelo, aclaraba Francisco que no tenía mucha amistad con el joven pero lo conocía de vista y sabía incluso que otro miembro del grupo dejó a su novia embarazada en un bis a bis en la cárcel. «No sé lo que pasó, pero creo que no tuvo el niño», dice este chico que, pese a que no se esperaba asegura que el comportamiento de La Manada «fue muy bestia».

Lo mismo opinan otras vecinas, una madre y una hija, que no dan su nombre. «No lo pongas que mi hija es menor y temo que puedan darse represalias», decía la madre que aún no se lo cree. Porque, ella como otros vecinos del portal de al lado, donde vive otro miembro del grupo, no había notado nada cuando se lo encontraban en la portería o el ascensor. «Parecía educado. Nos dejaba pasar» , comentaba.Muy cerca tres jóvenes también lo comentaban. «Es vergonzoso. Da un poco de miedo y con esa sentencia quedará en la calle pronto», decían sin identificarse. Algo parecido ocurría en otras zonas.

En la vivienda de José Ángel Prenda, una casita baja en Parque Amate, las ventanas estaban cerradas. Una mujer abrió y se disculpó. «Lo siento, no vamos a hablar» , dijo mientras era observada por varios jubilados junto a la peña sevillista. «Han venido más periodistas;yo que tú no llamaría, el padre está en silla de ruedas», decían defendiendo al joven. «Yo no lo veo culpable». En la calle Tucuman, en el bloque de Ángel Boza, nadie cogió el telefonillo. «Se han ido por vergüenza, pero ahí está su coche», decía una vecina rechazando lo ocurrido.

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