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Sanidad

Sin gluten, sin lactosa, sin fructosa ¿Qué comemos?

Las personas sin intolerancia a las proteínas y azúcares de las que carecen muchos productos envasados deben incluirla en sus dietas o les faltarán vitaminas, hierro y fibra

ABC

AMALIA F. LÉRIDA

Sin gluten, sin lactosa, sin fructosa, sin azúcar.... Sin, sin, sin... E s lo que aparece en muchos productos envasados y la mayoría de las veces los compramos porque creemos que son más sanos sin reparar en que nuestro organismo necesita esas proteínas y azucares, a excepción de ciertas personas con intolerancia a las que van dirigidas esas restricciones. Es decir, una persona que no sea celíaca debe tomar gluten y quien no tenga intolerancia a la lactosa es mejor para su organismo que la consuma, según expertos consultados por ABC.

El decano del Colegio Profesional de Dietistas-Nutricionistas de Andalucía, Luis J.Morán Fagúndez, explica que «la adopción de una dieta sin gluten en personas que no necesitan retirarlo de su alimentación está asociado con una ingesta inadecuada de vitaminas del grupo B, fibra o hierro e incluso con un aumento del gasto económico considerable en comparación con una dieta normal y equilibrada».

Agrega que son las personas celíacas las que no toleran el gluten, una proteína que se encuentra en el trigo, la cebada y el centeno, principalmente. Otra cuestión que analiza es la intolerancia a la lactosa, lo que significa que no se puede realizar una digestión y posterior absorción de la lactosa, el azúcar que se encuentra de forma natural en la leche y en los productos lácteos. «El intestino delgado —dice— necesita una enzima denominada “lactasa” para descomponer la lactosa en glucosa y galactosa y así poder absorberla. La intolerancia a la lactosa se presenta cuando el intestino delgado no produce suficiente cantidad de esta enzima.

Hay personas que pueden tolerar cierta cantidad de lactosa por lo que, en ocasiones, no es necesario realizar una restricción total. La lactosa puede formar parte de la alimentación habitual de cualquier persona que no tenga un diagnóstico de intolerancia pero quienes sin tenerla restringen su consumo pueden hacer que su propio organismo disminuya la producción de lactasa de forma que posteriormente la lactosa se digiera peor . Podemos decir que nuestro organismo se «desentrena» para producir lactasa y nos volvemos más «sensibles» a la lactosa». La fructosa es otro nombre que aparece en los productos envasados, «un azúcar simple que se puede encontrar de manera natural en las frutas y que se ingiere principalmente en forma de sacarosa». La fructosa, según Morán, debe ser absorbida por las células intestinales y metabolizada por nuestro organismo para poder ser utilizada. En el momento en el que hay un problema en su absorción o metabolización es cuando surge la intolerancia.

«El tratamiento a seguir —continúa— ante la intolerancia a la fructosa es una dieta estricta sin fructosa en la que no se consuma más de 1-2 gramos al día ya sea en forma de fructosa, sacarosa o sorbitol. Para poder seguir esta dieta correctamente es necesario conocer qué alimentos contienen fructosa para evitarlos. Cualquier persona que no tenga una intolerancia a la fructosa debe tomarla porque lo contrario conlleva reducir el consumo de frutas, verduras, legumbres, por lo que estaríamos reduciendo el aporte de fibra, vitaminas y antioxidantes».

En relación a las pruebas de intolerancia «que están tan de moda» afirma que los «test masivos de intolerancias alimentarias se hacen en pocos minutos y prometen soluciones milagrosas para los problemas digestivos, las migrañas o el adelgazamiento y que, en realidad no son fiables y pueden derivar en dietas peligrosas para la salud». Asevera que «estas pruebas no forman parte de los métodos para diagnosticar una intolerancia ya que no tienen validez». «Los resultados engañosos de los test de intolerancia no probados —declara— pueden dar lugar a consejos equívocos para someterse a importantes restricciones dietéticas, pudiendo ocasionar déficits nutricionales, desnutrición y retraso en el crecimiento en el caso de los niños».

No pasa por alto los productos «light» y dice que «son bajos en calorías porque han sufrido un proceso de reducción de grasas o de azúcares, en algunos casos sustituyendo los componentes de los productos tradicionales». «Es decir para poder denominar a un producto “light” debe existir un alimento de referencia en el mercado. Por ejemplo, para que exista mayonesa «light», debe tener una homóloga no“light” y realizar una reducción mínima del 30% del valor energético respecto a ese alimento de referencia. Un producto “light”, puede ser alto en calorías si el producto de referencia también lo es. Si tenemos una pieza de bollería industrial con 500 kilocalorías por cada 100 gramos podríamos tener su «versión light» con 350 kilocalorías por la misma cantidad. Ese producto «light» seguiría aportando un valor energético muy alto».

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