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Los pregones perdidos del padre Cué

Los pregones perdidos del padre Cué

Hijo de padres asturianos emigrados a México, Ramón Cué Romano nació en Puebla de los Angeles, aunque con once años se trasladó con su madre a Palencia, donde estudiando con los jesuitas de Carrión de los Condes descubrió su vocación religiosa. Después de hacer su noviciado en Salamanca, Ramón Cué estudió Filosofía en Marneffe, Teología en Comillas e Historia de América en Sevilla y Madrid, colmando así las exigentes expectativas académicas de la Compañía de Jesús.

Así, la obra del padre Cué abarca desde biografías como Cuando la historia pasó por Loyola (1956) a monografías filosóficas como El hegelismo en la Universidad de Sevilla (1983), pasando por apuntes de memorias como Mi primera misa (1958), ensayos sobre la emigración como El Indiano, embajador de España (1950), crónicas taurinas como Dios y los Toros (1967), divagaciones artísticas como Su majestad el pintor: Homenaje a Velázquez (1960) o estudios literarios como Santa Teresa y Don Quijote: Dos locos españoles (1963), entre más de una veintena de títulos que incluyen sermones televisados reunidos -Mi Cristo roto (1963)- y un volumen dedicado a su poesía completa: Tú, versos de ayer y de hoy (1987). Por no faltar, ni siquiera falta una novela de tema japonés como Matsumoto (1959), lo que significa que el padre Cué se adelantó a Sánchez Dragó, Ray Lóriga e Isabel Coixet.

Sin embargo, Sevilla hechizó al padre Cué desde sus años universitarios y a Sevilla dedicó significativos títulos. A saber, los libros Cómo llora Sevilla (1948) y ¡Viva la Esperanza de Triana! (1951), o los pregones Soy de Sevilla (1976) -pregón de la Coronación Canónica de la Virgen de la Hiniesta- y Cómo sonríe Sevilla (1989), pregón de las Glorias de María. Existen numerosos textos inéditos del padre Cué, desperdigados por revistas cofrades o atesorados en los archivos de las hermandades que lo invitaban como conferenciante o pregonero, porque Ramón Cué fue el primero en cantarle a los costaleros de los pasos y el más fervoroso embajador de la Semana Santa sevillana en América Latina. Sin embargo, el padre Cué jamás pronunció el pregón de los pregones y uno quiere pensar que aquel honor lo habría hecho feliz.

Un libro singular dentro de la bibliografía del padre Ramón Cué Romano sería España vista por un mexicano (Editorial Patria, México, 1955), porque compila los títulos que Cué dedicó a España o a temas españoles. De ahí espigaré citas y referencias de Cómo llora Sevilla y ¡Viva la Esperanza de Triana!, dos obras que participan del tono elegíaco de los pregones y que bien podrían dar una idea de los «pregones perdidos» del padre Cué. Vaya por delante que no pretendo presumir de conocimientos y sensibilidades que no poseo, sino simplemente glosar y compartir las sensaciones de una lectura que de alguna manera me concierne, tal como quería Ramón Cué: «Yo creo que algo he entendido, Así me lo decís vosotros. Y por eso, para los que no son sevillanos escribí este libro».

Lo primero que deseo destacar de Cómo llora Sevilla, es la colaboración de cinco jóvenes «catedráticos de sevillanismo», a quienes el padre Cué dedicó su obra: Julio Martínez Velasco («Julio, que es poeta y habla poco, me interpretaba lo lírico»); Manuel Ferrand («Manolo, que es pintor, me colocaba en el ángulo preciso de la perspectiva exacta»); Juan Delgado Alba («Juanito me animó a escribir leyéndome aquellos días un precioso artículo suyo publicado en «El Correo» y que se titulaba Flores sobre el palio»); Joaquín González Moreno («Joaquín, que conoce los rincones de Sevilla y tiene audacia juvenil para conseguirlo todo, conquistaba el balcón estratégico y abría las puertas cerradas»), y Carlos Acedo Romero («Carlos ponía en aquel grupo simpático la fina e indispensable gracia andaluza contando chistes y riéndose más que nadie»). Aquí los convoco a todos, porque entonces tenían poco más de veinte años y me haría ilusión que sirvieran de ejemplo a los jóvenes de hoy.

El libro está compuesto de párrafos breves, siempre sentenciosos y poseídos de una teológica ambición lírica, aunque debo admitir que prefiero los más sencillos en metáforas y enumeraciones. Por ejemplo, «En Sevilla no hay dos Vírgenes iguales, como no hay dos mujeres iguales, ni dos claveles reventones que estallen de la misma manera»; «Un palio es un soneto realizado de plata y claveles» o incluso estos versos: «Costalero es ser trono y ser carroza; es ser espina que goza porque es arriba rosal».

Acaso porque en Cómo llora Sevilla (1948) eran mayoría las devociones marianas del centro, un par de años más tarde el padre Cué fue invitado por la Hermandad de la Esperanza de Triana y el fruto de aquella visita fue ¡Viva la Esperanza de Triana! (1951), una plaquette que abunda en los contrapuntos de Triana y Sevilla -«Triana es una Sevilla de agua, de reflejos y de aromas sobre el Guadalquivir»; «Sevilla la guitarra y Triana la canción»; «Sevilla es la realidad, el objeto, el volumen... y Triana la imagen, el sueño, la fantasía, la visión»; etc.- para luego concentrarse en el paseo triunfal de la Esperanza por las calles de su barrio, para celebrar el Dogma de la Asunción. De aquella procesión me quedaría con una estampa que no es la de los fuegos artificiales en el Altozano ni la del paso navegando por la calle Betis, sino la de una niña volcando una palangana de pétalos desde un balcón. Todavía le dio tiempo al padre Cué de anotar el nombre de una cantaora que le cantó una jota a la Virgen. Extrañado de que no le hubiera cantado una saeta se lo preguntó a «La Finito», quien respondió que estaba mal de la garganta y que la saeta «no se pué farsificá» (En la Hemeroteca de ABC he hallado una emotiva entrevista a doña Encarnación Fernández Sol «La Finito», del 06.06.82).

Ramón Cué se murió sin ser pregonero de la Semana Santa de Sevilla, aunque en 1965 llegó a serlo de la de Córdoba. Durante décadas atendió las invitaciones de numerosas cofradías sevillanas, pero nunca pudo cumplir el sueño de pronunciar el pregón de los pregones. Revisando la Hemeroteca de ABC descubrí sus polémicas con la jerarquía hispalense (siempre en defensa de las hermandades sevillanas) pero quiero creer que tales controversias no tuvieron nada que ver. A propósito de una entrevista publicada en 1980, el jesuita José Antonio Sobrino tachó al padre Cué de «calumnioso» y al diario ABC de «azotea sevillana», lo cual le mereció un mojicón editorial: «Para información de nuestros lectores, matizaremos que con anterioridad a esta polémica, el padre Sobrino ha intentado reiteradamente colgar sus trapos literario-pastorales en esta que califica despectivamente de «azotea», y sus ataques seguramente vienen a causa de la abundante producción que ha nutrido nuestra papelera en los últimos años» («Dos jesuitas frente a frente», ABC, 04.10.80).

Estoy persuadido de que el padre Cué murió con su pregón en los labios.

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