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«Ahora, por desgracia, hay muchos editores que no leen»

ELENA CARRERAS En «Dublinesca», que hoy presenta en Sevilla, Vila-Matas es fiel a su particular estilo, que le ha convertido en un autor de culto

Enrique Vila-Matas, escritor. El autor catalán presenta hoy en el Aula de Cultura de ABC «Dublinesca», donde describe el viaje a la capital irlandesa de un editor retirado obsesionado con Joyce y que quiere celebrar allí r las exequias de la era Gutenberg

La «autobiografía literaria» que ha colgado en su página web ( www.enriquevilamatas.com ) la ha encabezado con esta cita de Nabokov («Pero la mejor parte de la biografía de un escritor no es la crónica de sus aventuras, sino la historia de su estilo»). Su estilo, en efecto, y su perserverancia en mantenerlo contra el viento de lo convencional y la marea de las modas literarias, le han valido los premios literarios más prestigiosos y le han convertido en la principal referencia española para la nueva narrativa hispanoamericana. En «Dublinesca» (Seix-Barral) el autor catalán, si a algo es fiel, es a su estilo.

-Los personajes de sus novelas suelen tener mucha vida interior, pero no realizan demasiadas acciones, de hecho, en sus novelas apenas pasan «cosas». ¿Los sucesos o los acontecimientos que forman lo que se denomina una trama novelesca son para usted una cantinela o algo así como una ordinariez?

-El realismo aceptó la tarea de escribir sobre la vida gris y trató de cumplir con ella de algún modo extraordinario. ¿No es lo que hizo Flaubert? Lo que vino a decir Flaubert fue que el tema podía ser corriente, bajo, degradante, pero el arte lo redimiría todo. Creo que ese desafío está en «Dublinesca», donde, al escribir sobre la apática vida cotidiana de un editor retirado, me planteo el reto de alcanzar vida en el papel, vida sin recurrir a la artificiosidad del planteamiento, nudo y desenlace y más bien acercándome a la realidad seca, bárbara, brutal, muda, sin significado, del mundo en general. O sea tratando de ser realista de verdad, no realista según unas convenciones estereotipadas. -Ha sido precisamente eso lo que le ha convertido en un autor de culto tanto en España como en Hispanoamérica. Roberto Bolaño, el «padre» literario de los nietos del «boom» le señaló a usted como una de sus grandes influencias y de toda la narrativa hispanoamericana actual, la de los Volpi, Padilla, Velasco, Gamboa, Uroz, etc. ¿Cómo le hace sentirse haber sido tan influyente en una generación literaria tan potente y atractiva?

-Me hace sentir muy bien. Pero yo sigo trabajando, no me he retirado habiendo dejado un legado, sino todo lo contrario, sigo en el frente de batalla, ahora trabajando para los hijos de los nietos del «boom».

-¿Cree que el amor y la muerte seguirán siendo, por los siglos de los siglos, los dos grandes temas de la literatura?

-Y el paso del tiempo. Son los tres temas. Pero puede que aparezca un cuarto tema: el horrible sentido de un vacío concreto. Comprenderá lo quiero decirle si le digo «el agujero negro que no está vacío», una terrible energía de ausencia. En otras palabras: Lo que no está. Si me oye algún día hablar del cuarto tema, ahora ya sabrá de qué estoy intentando hablar.

-¿Conoce a muchos editores que no leen?

-Antes era casi impensable, ahora es más frecuente. Ahora, por desgracia, hay muchos editores que no leen.

-¿Y que tampoco pagan los anticipos?

-¿A usted le gustaría rebajarse de motu propio el sueldo?

-¿Piensa realmente que los editores a los que les gusta la literatura se ponen al borde de la ruina económica, como le sucede a su protagonista?

-El gran editor Carlos Barral, sin ir más lejos, se arruinó.

-En su novela se retrata el miedo: el miedo a morir, el miedo al rechazo, el miedo a la soledad, el miedo a perder tu pareja, ¿es el miedo uno de los grandes motores de la Humanidad?

-Se refleja angustia, miedo no creo que tanto. Pero es que si alguien desconoce la angustia es que ha quedado atrapado por esa realidad de hoy que ha devenido trivial, irrelevante, frívola. Es una realidad de hábitos tontos, banal. Puede que la vida no tenga sentido o tenga muchos sentidos diferentes, pero lo que es impresionante es que el hombre occidental de ahora vive ajeno al sentido.

La vejez

-¿Cumplir 60 años es como si le pusieran a uno una soga en el cuello?

-Pues sí, señor.

-Uno de los protagonistas de su libro define la vejez como un proceso de demolición: «rasgarse en mil pedazos, desperdigarse vertiginosamente», ¿No hay nada, a su juicio, que compense ese terrible deterioro?

-Ciertamente «Dublinesca» parece evocar a Gracián y el otoño de la varonil edad, es decir, cuando se vislumbran los helados horrores de la ciudad de Vejecia. Y voy a decirle una cosa: No es necesario ser viejo para vivir ya en Vejecia... En cuanto a compensaciones por envejecer, haberlas las hay, y muchas, tantas que no cabrían enteras en su periódico.

-En su novela el apático editor jubilado se considera un «hikikomori», una palabra que define en Japón a un joven que decide encerrarse en su casa durante meses, incluso años, pegado a su ordenador y sin relacionarse físicamente con nadie. ¿Cree que aislarse de este modo puede ser una respuesta a la crisis económica y de valores que padecemos, o es que simplemente «hay gente pa tó», como dijo Belmonte?

-Me dijeron que eso lo dijo Belmonte después de saludar a Ortega en el Alfonso XIII. Ignoro si realmente fue dicho en ese hotel. Los jóvenes japoneses que se aíslan lo hacen principalmente porque no desean competir. Ya sabe usted, Japón es un país muy trabajador, pero también muy competitivo.

-¿Los «nini» españoles (ni estudian ni trabajan) podrían ser una especie de versión ibérica de los «hikikomori» japoneses?

-Estos son más bien perezosos y sus padres tiene mucho que ver con ello.

-Usted ha escrito con frecuencia sobre el suicidio. ¿Le ha tocado algún caso o ha sido simplemente una especie de juego literario como tantos otros que usted ha puesto en práctica a lo largo de su carrera literaria?

-Pocas personas conozco que no hayan tenido cerca una historia de suicidio. Yo no escapo a esa regla.

-¿La angustia de vivir se puede contrarrestar con una gran vida social?

-Desde que descubrí que nada hay tan aburrido como la diversión, evito frecuentar lugares a los que antes iba.

- Javier llama a Riba sólo los días impares. ¿Son estas pequeñas manías las que van forjando el carácter de uno?

-Es posible. Javier es un personaje basado en la personalidad de un buen amigo mío.

-Definición de novelistas que aparece en «Dublinesca»: «resentidos, celosos hasta la enfermedad, siempre sin dinero y finalmente unos grandes desagradecidos, tanto si son pobres como pobrísimos». ¿Podrían ser aún peores los poetas?

-Algunos editores ven en los escritores un mosca cojonera, un zumbido que les persigue. El personaje de mi editor no sería realmente un editor si no tuviera algún problema con los escritores.

-¿La sabiduría digital tiene algo que ver con la estupidez mundial?

-Todo acaba estando relacionado y, además, nada escapa a la culpa de colaborar a la estupidez mundial.

-El protagonista de su novela va a Dublín, en compañía de unos amigos, a oficiar las exequias de la era Gutenberg. ¿Está seguro de que Google va a cargarse la imprenta y a los libros de papel?

-¿Acaso lo afirmo en la novela? Las exequias son una parodia de un funeral y son pura alegría. Lo apocalíptico está en todas las civilizaciones y Riba, mi personaje, entiende que el fin del mundo sólo puede ser ya tratado de forma paródica. Su funeral por la era Gutenberg es una fiesta. Después de todo, no hay entre la imprenta y lo digital un corte radical como nos quieren hacer ver, sino una continuidad.

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