Magistrado de lo Mercantil nº 2 y 7 bis de Madrid, se ha granjeado el apodo de «El Gato Gourmet» por su programa de televisión. Es enólogo, crítico taurino, colaborador de tertulias y periódicos y ha cocinado casos de relevancia como el proceso concursal Afinsa-Fórum Filatélico o el de la constructora Nozar. Combina la justicia con la gastronomía como un malabarista. Tanto se pone la toga como el delantal, como escribe para sus columnas de opinión o para su propia novela, que verá la luz a finales de este año y de la que prefiere no adelantar ningún detalle.
Sánchez Magro (Toledo, 1965) ha estado estos días por Gran Canaria para impartir una ponencia sobre «Los créditos contra la Masa en el concurso: problemas que plantea su determinación y pago» en el marco del III Congreso de Derecho Mercantil y Concursal de Canarias, que se desarrolló los pasados días 15 y 16 en el Gran Hotel Costa Meloneras.
—¿De dónde le viene lo de «Gato»?
—Lo de gato me viene porque soy muy madrileño y a nosotros nos llaman gatos... Además, cuando empecé a colaborar en el programa «El gato al agua», de Intereconomía Televisión, me apodaron «El Gato Gourmet». Y así bautizaron mi sección, que después pasó a convertirse en programa propio en el mismo canal y que se emite los viernes después de la medianoche. También «Gato» porque soy una persona inquieta y porque como estos mininos tengo muchas vidas. Una de ellas es la gastronómica.
—¿Cómo y cuándo comenzó su relación con el mundo de la gastronomía?
Siempre he sido un «gourmand», un «bon vivant», en el sentido más positivo... ¡Hay que vivir la vida! Siempre me ha gustado beber y comer bien y he sido muy exigente con todo lo que uno se lleva a la boca. Desde que tengo 15 años, mucho antes de ser juez, he sido siempre periodista. He trabajado en Diario 16 —donde era crítico literario—, La razón y Diario Vasco. Colaboro en Marca, La Razón, La Gaceta, Época, Negocios…. Un día Espasa Calpe me ofreció
escribir un libro sobre vinos: por fin vas a entender de vinos. Tuvo cierta repercusión y los medios para los que colaboraba me dijeron que me dedicara a escribir sobre vinos y gastronomía.
—Y hablando de lo importante que es para usted comer bien. ¿Qué come un magistrado?
—Los magistrados comen lo mismo que los bomberos. No hay una cultura gastronómica especial para el magistrado. Es un empleado público y el problema es que a veces comer y beber bien no es posible. Probar culturas gastronómicas se consigue viajando, y un magistrado no puede hacerlo mucho. Los que yo conozco comen normal. Y digo normal porque en España comer normal es comer bien. Como sabe, la cocina Mediterránea es la mejor del mundo por su equilibrio dietético y la variedad de productos.
—¿Y usted, qué cocina en su casa?
—Para mí la cocina es un acto cultural y social y, por tanto, me gusta compartir mesa y mantel o contrastar las viandas con los compañeros de mesa o cocineros. Por eso, y por ser gato que vive solo y come casi siempre fuera, cuando estoy en casa suelo prepararme ensaladas, pescados a la plancha y verduras. Una cocina depurativa para compensar.
—¿Cuáles son sus referencias gastronómicas?
—Álvaro Cunqueiro, Néstor Luján, Josep Pla y Vázquez Montalbán. A todos les tengo un grandísimo respeto, pero mi debilidad se llama Pepe Rodríguez Rey, el del restaurante El Bohío, de Illescas (Toledo). Es mi cocina de cabecera. Cuando estoy deprimido voy a que me masajee el estómago y el alma.
—Si tuviera que diseñar una carta para un restaurante, ¿qué integraría en ella?
—Sin duda una cocina de fusión. Hoy en día el paladar de una persona contemporánea es amplio y versátil. Nos gusta la comida japonesa, el cuscús y también una ensalada de bogavante o un arroz. Así que integraría una cultura internacional ligera y sana pero con sabores muy marcados.
—¿Qué no puede faltar en esa carta?
—No faltarían nunca ostras.
