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Consejero, vete

A Paulino Plata no lo dejaron acompañar a Michel Obama por la Alhambra. Se cagaron en su despacho y se limpiaron con papeles de la Junta

Día 12/08/2010 - 06.51h
Tras la oscura brillantez de la visita de Michel Obama a Andalucía hemos caído en la tentación de hacer periodismo hepático y no político, pese a que, perdido en el marasmo afroamericano de la visita, se hayan dado claves políticas de evidente calado. Una de estas claves ha sido la visita a la Alhambra, esa joya donde el periodismo del «cuore» anduvo loco de la trasera por una frase de la primera dama norteamericana, al estilo de la que cinceló Clinton o de perfil semejante a las que escribió Washington Irving. El caso es que Michel en la Alhambra siguió sumergida en las oscuridades (sin segundas) de la afonía pública y no se le imputa frase alguna para la posteridad. Sí en cambio la acuñó, sin decir esta boca es mía, el consejero de Cultura, Paulino Plata, a quien no le dejaron entrar en la Alhambra por motivos de seguridad. No es un chiste. Fue una terrible realidad.
La Alhambra es patrimonio estatal. Y su gestión cae en la responsabilidad de un Patronato donde están presentes todas las administraciones. La Junta es una de ellas. Y la Consejería de Cultura pertenece, todavía, a la Junta. Al máximo responsable de la Cultura en Andalucía, esta tierra estupefaciente que necesita treinta años de desintoxicación mental, Paulino Plata, no lo dejaron acompañar a Michel en la Alhambra por motivos, dicen, de seguridad. ¿Seguridad? ¿Es Paulino un islamista extremo de los que jalean el 11 S? ¿Es la Consejería un nido de delincuentes ( no digan que sí) a los que hay que ponerles una ración de antidisturbios por si acaso? ¿Tiene el consejero antecedentes tan desordenados y feriantes como Pendón, el presidente socialista de la Diputación malagueña, como para entender que tiene mal mosto y peor trato con los guardias civiles?
No, claro que no. Pero al máximo responsable de Cultura en Andalucía, no lo dejaron entrar en la Alhambra. Se cagaron, con perdón por el tufo, en la mesa de su despacho y, de camino, se limpiaron con el papel timbrado de la institución. No mandamos ni en nuestras cosas que son, precisamente, las que atraen y proyectan la imagen de España y Andalucía en el exterior. Paulino no ha dicho nada. El consejero, escondido en la oscuridad brillante de la visita, se tapó en el burladero y no fue siquiera por dar una mínima explicación. Los timbales de Gómez en Madrid hay que pasearlos por esta tierra subordinada, cobarde y complaciente incapaz de defender no ya el honor y la decencia de un sueldo. Sino el prestigio político de una institución como la Junta donde gobierna, nos aseguran, una peña socialista comprometida con su tierra. Será con la tierra de la parcelita, porque lo que es con Andalucía «tararí que te ví».
Con actuaciones como esta y silencios tan vergonzantes como este, llevamos treinta años en los que el PSOE castró nuestra máxima institución para que jamás le pudiera cantar las cuarenta a Madrid. ¿Hubiera pasado esto en las lejanas fronteras de las comunidades históricas? De momento, allá, no hay patrimonio donde Madrid meta sus manos. Aquí no somos leales. Somos sumisos. Tanto que le dan una yoya política al consejero y a la Junta y no hay timbales (ven Gómez, da lecciones en Andalucía de cómo hay que responder cuando te los tocan en tus narices) y nadie se entera. Vete, Paulino. Ni tú mereces esa deshonra ni Andalucía una Junta que no cree en esto.
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