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Esclava busca amo

Ante una ceja levantada en señal de perplejidad, ellas se defienden con la frase más solemne salida de Zapatero: «Como mujer, no tengo patria»

Día 21/08/2010 - 04.51h
DESDE Sevilla me llama Alfredo Valenzuela para expresarme su última angustia vital:
— ¿Para qué ha servido la Memoria Histórica, si Camilo Sesto vuelve a cantar?
Condenado a chapotear en el lodo primordial del periodismo agosteño, Valenzuela no sabe que Camilo Sesto es el Zaratustra del romanticismo español:
— Un adiós sin razones, / unos años sin valor...—, arrancaba su estremecedor «Algo de mí», que sigue siendo el himno del desamor para nuestras clases medias.
Sabemos por la estadística que un matrimonio dura hoy menos que una lavadora comprada en los chinos, pero, aun así, cuando se rompe... Tengo un amigo artista —grande y reconocidísimo artista— que ha perdido a su esposa a los treinta años de matrimonio. Simplemente, una noche no se presentó a cenar... y hasta ahora. Ella se fugó con un Baudelaire de provincias (con un farlopero de la provincia vecina, para entendernos) que la castiga severamente, dejándolo a él con los chicos y las denuncias orientadas a la extracción de fondos que incansablemente demandan estos saltimbanquis del yeyo.
— Después de treinta años —me dice mi amigo—, no es que esté celoso; es que no me lo explico.
El mejor remedio contra la celotipia consiste en comprarse un loro e imitarlo, le leí una vez al profesor José Javier Amorós, a raíz de que unos mendas de la Universidad de Chicago concluyeran un estudio diciendo que los celos excitan la inteligencia de los loros.
Si mi amigo sufriera de celos, yo le regalaría un Vázquez de esos que triunfan en el obscenario televisivo. Pero mi amigo sufre de incomprensión (no comprende cómo a los cincuenta puede su señora esclavizarse de un oso hormiguero del perico), y le he regalado el libro «Matrimonio y moral», de Bertrand Russell, y la película «Casino», de Martin Scorsese, que es quien mejor ha retratado esa esclavitud pericona en la relación establecida entre James Woods y Sharon Stone, mientras Camilo Sesto, nuestro Zaratustra de Alcoy, desgrana las notas de esta tragedia griega:
— Quiero vivir, / quiero vivir, / saber por qué / te vas, amor...
Mi amigo, que nunca le puso los tochos a su amada, se casó hace treinta años por el rito romano, que incluye como despedida este recordatorio del cura: «Compañera te doy, y no sierva...» Pero su compañera ha escogido servir a uno de esos «baudelaires» nasones que aguardan en las barras de los «after hours» la llegada de las corzas sedientas como los cocodrilos a los ñus en las charcas del Kalahari. Ante una ceja levantada en señal de perplejidad, ellas se defienden con la frase más solemne salida de la boca de Zapatero:
— Como mujer, no tengo patria.
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